El joven contempló el cielo, donde cada vez más estrellas brillaban y observó el campamento, donde muchos de sus compañeros se envolvían la en sus mantas intentando buscar un descanso.Perdido en sus pensamientos, no se dio cuenta de que el sargento lo miraba con curiosidad y un una chispa extraña de algo que podía interpretarse como una sonrisa que iluminaba su mirada.
Al percatarse de ello, el muchacho intento entablar conversación, pero el viejo soldado lo interrumpió: “No me gusta encontrarme deslumbrado por mirar el fuego mientras alguien me ataca por detrás. Viejas manías de soldado viejo”. Intentando ocultar que había sido descubierto, le pregunto: “¿Ha participado usted en muchas batallas, señor?”. El sargento soltó una risa franca “Señor!! Muy tierno te veo para la batalla, muchacho.” Herido en su orgullo, el joven le replico “Me presente voluntario cuando las levas llegaron a mi aldea, señor. No es necesario insultar a alguien solo por ser amable”. El veterano lo miro fijamente y el joven se percató que que su rostro estaba surcado de múltiples cicatrices y que incluso había perdido un trozo de su oreja derecha.
"Mis disculpas si te he ofendido, muchacho, pero es raro encontrar tanta educación en el campo de batalla...voluntario...¿y por qué, si no es mucho preguntar?". "¡Por el Imperio!, señor. !Por el Imperio y el Emperador!". El rostro curtido del sargento se ensombreció. "Espero que no sea cierto, muchacho, o mañana no nos veremos otra vez...Descansa, joven. Lo necesitarás para mañana". Y diciendo esto recogió su manta y se encaminó hacia el campamento, en busca de un hueco donde dormir.
El día siguiente amaneció frío y despejado. El joven apenas había podido dormir pensando en la conversación de la noche anterior. La tropa formo y continuaron la pesada marcha hacia el frente. Extrañados por la ausencia de los sonidos que esperaban escuchar, subieron la última colina que daba paso al valle donde se suponía que actuarían de refuerzo. Sin embargo, al llegar al lugar acordado, no encontraron nada. El frente se había desplazado hacia el siguiente valle. Ese día no habría lucha. Llegada la noche, casi sin percatarse, el muchacho se encontró buscando al viejo soldado. Al encontrarlo, se sentó a su lado y le ofreció parte de su ración. "Sargento. He estado pensando y creo que con usted puedo ser sincero. La auténtica razón por la que estoy aquí es la paga. Para ayudar a mi familia a salir de la desgracia de estar siempre pendiente de una lluvias que no llegan, o de una plaga que arruine meses de trabajo". El veterano lo miro con sus ojos brillantes enmarcados en cicatrices "Probablemente la razón por la que casi todos empezamos... aunque no por la que sobrevivimos...eso no te ayudara a que nos veamos mañana".
El día siguiente llegaron a la zona de combate. La lucha había llegado a una pequeña aldea y la había arrasado, dejando solo cenizas y cadáveres. El muchacho paso el resto del día enterrando aldeanos o lo que se podía rescatar de ellos e intentando ayudar los heridos. Para su pesar, la mayor parte del tiempo solo conseguía acompañarlos en su sufrimiento antes de que pasaran al Descanso Infinito. Al anochecer, se dio cuenta de que estaba esperando desde hacia tiempo el momento de reunirse con el taciturno sargento. Lo encontró como siempre junto a a hoguera, todavía portando su pala y con mismo aspecto agotado que el muchacho suponía mostraba él mismo. "Después de hoy, luchare por estos aldeanos y por todos los demás. Porque acabe esta guerra y los padres no tengan que enterrar a sus hijos ni estos llorar a sus padres". El veterano le dio una amable palmada en el hombro. "Loable motivo, muchacho. Pero tampoco te salvara mañana". El muchacho estallo de la ira acumulada por las emociones del día."¿Y por que ha de luchar?" gritó "¿Qué me va a salvar la vida?. ¿Por qué lucha usted?..." El sargento sonrío con tristeza. "Lo has de descubrir por ti mismo. O no nos veremos mañana".
El amanecer llego con la llamada a las armas. El muchacho paso lo que sintió como anos luchando. Cuando llego la orden de replegarse, se hizo un torpe vendaje en el amplio tajo que tenia en el brazo y se arrastro hacia la hoguera. Allí lo recibió el sargento, con una sonrisa de honesto alivio. "Sobreviviste, muchacho!.Encontraste la razón!". Que razón?" suspiro el muchacho "No he luchado por ninguna razón. Cuando estaba allí no podía pensar en nada. Ni en el Imperio, ni en la paga. Ni siquiera en mi familia o los aldeanos. Mientras luchaba solo pensaba en no morir. En seguir vivo el siguiente segundo". El sargento sonrió. "Creo que mañana, muchacho, nos volveremos a ver".