Imagina que no encajas desde que naces. Imagina que ni tus propios padres te reconocen como hijo y te mantienen encerrado en el establo de la granja, atemorizados de que los vecinos puedan verte y acusarles de estar malditos igual que tú. No ver la luz del día hasta tener cinco años, alimentado con las sobras y sin poder lavarte mas que con el agua de lluvia. Y ahora imagínate ser golpeado e insultado por oler mal y por que tu joven cuerpo se desarrolla débil y deforme tan pobremente alimentado. Y entonces, cuando crees que la vida te puede ofrecer algo mejor, que por fin las puertas del establo se abrirán para ofrecerte ese mundo exterior, apenas vislumbrado por rendijas, susurros y tu propia imaginación, descubrir que el pago por dicho privilegio es la más atroz de las mutilaciones...
¿Qué se puede esperar de un niño criado en el más absoluto de los aislamientos? Por supuesto que no se puede esperar que confraternice con el resto de los niños. Ni mucho menos que éstos acepten sin más a un extraño raquítico con el cuerpo lleno de vendas. Mucho menos si el pretendido niño apenas sabe hablar y se comunica con gruñidos, gritos y sonidos guturales. Y, como ha sido propio de la crueldad de los infantes para con sus iguales, cuando estos no son tan iguales, pronto se conviertirá en alguien a quien insultar, ridiculizar y golpear. ¿Por qué puede sorprender que éste llegue a su límite y se revuelva?. Que ataque con toda la furia y la rabia contenida en su malformado cuerpo y se defienda con todas sus fuerzas. ¿Es tan extraño que los maltratadores reciban parte de su propio ensañamiento? ¿Es acaso injusto que, por una vez, sean ellos los que vuelvan a casa envueltos en vendas manchadas de sangre? En este mundo es lo que parece prevalecer, y cualquier inadaptado que se defienda será enviado a un centro de castigo y reeducación.
En estos centros se almacenan y encierran todo tipo de aberraciones. Normalmente esta solución solo consigue acentuar todos los rasgos que se quieren eliminar, en un ambiente mucho más brutal de competencia y supervivencia. Sin embargo, en algunos casos, el interno encuentra un escape a tanto salvajismo. Se ve a si mismo como algo más que el resto de bestias que lo acompañan en su enclaustramiento. Y a veces, si es afortunado, puede encontrar entre los guardias y educadores hastiados y casi tan embrutecidos como los propios internos, algún alma con optimismo y paciencia, capaz de darle cariño, cuidados y conocimientos para desenvolverse en este mundo que se encamina hacia el fin.
A veces no puede dejar de interrogarse uno a si mismo sobre el beneficio que le produce a un individuo privado de los más elementales derechos de cualquier ser sintiente el conocimiento de la existencia de estos. No se puede esperar otra respuesta más que la búsqueda de la adquisición de esos derechos, de esa vida que aprecia en sus semejantes y que le son arrebatadas y negadas. Y si le son negadas, si se le arrebata hasta la más mínima esperanza, ¿se puede esperar otra cosa más que una reacción violenta? Agredir, intentar arrebatar por la fuerza lo que se considera propio. Y la respuesta es siempre la misma: más castigo, dolor y encarcelamiento. Más barbarie en respuesta a la barbarie.
Es entonces cuando el individuo aislado, apartado de la humanidad por sus diferencias, por su cualidades únicas, encuentra en esas propias peculiaridades la razón de ser. Es cuando hace propias todas aquellas características negativas que la propia sociedad le ha otorgado. Es cuando el ya muchacho toma con orgullo todo lo que le han señalado como tacha y lo hace seña de su propia identidad. Y es entonces cuando la sociedad, sorprendentemente incrédula, reacciona con mayor agresividad intentando arrebatarle dichas señas. Nuevamente las mutilaciones de la infancia se repiten, pero el muchacho ya no es un niño. Ya no está malnutrido y débil y reacciona con furia. Y ataca con todas sus fuerzas que ya no son pocas. Y hiere, y mutila a su vez, y mata. Pero es uno solo contra muchos y al final no puede haber otra conclusión que su derrota. Arrancadas sus señas de identidad, su vida es solo perdonada para ser muestra de estudio para sabios apergaminados que no ven nada más en el muchacho que un trozo de carne para estudio.
¿De qué puedo extrañarme pues de que acaba de verlo en mi celda por última vez? Quizás me extrañe de que haya sobrevivido a las torturas y exploraciones a las que le habrán sometido sin duda. Quizás mi sorpresa se deba a que nadie ha podido escapar jamas de los Inquisidores... Pero de ser sincero, creo que mi sorpresa se debe al propio hecho de que haya venido a visitarme, que sus últimas palabras que jamas volverán a salir de sus labios, según juró con los ojos encendidos de rabia, hayan sido un "Gracias. Ahora huya"... Sé que no tengo escapatoria. Sé que cuando llegue la manada, y llegará donde quiera que los humanos nos escondamos, el muchacho al que conocí ya no me reconocerá y posiblemente mi cráneo decore esos cuernos que ya nadie mutilará. Y no me importará, porque le hemos fallado. Le he fallado...
De los manuscritos del Padre Ambrosius, del Centro de Internamiento de Bestias Mutadas