Philip llevaba ya despierto un par de horas cuando el sol
empezó a asomar sobre las colinas que rodeaban la llanura. Había perdido la
cuenta de las carretas llenas de verduras y carne que había transportado desde
el carromato de su padre hasta el puesto de venta que habían conseguido cerca
de la explanada de justas. Habían sido afortunados. El puesto se hallaba
cerca de la zona de paso, donde muchos nobles y adinerados pasarían entre
enfrentamiento y enfrentamiento, con el hambre excitada por los combates y la
mente perdida rememorando el último combate. Nadie intentaría regatear mucho los precios. Philip
colocó el contenido de su carreta en el puesto y regresó al carromato con la intención de comenzar a
trasportar la leña necesaria para el fuego que doraría los jugosos filetes. Sin embargo,
los primeros rayos de la mañana iluminaban ya los pendones y banderas que
adornaban las distintas tiendas de los caballeros que habían acudido a las
justas y Philip se detuvo a contemplarlos.
Infinidad de figuras, animales y monstruos míticos lucían
rodeados de los más vistosos colores. Los grifos, que muchos caballeros tomaban
como emblema en un claro gesto hacia el Rey, o los pegasos, montura de los más
nobles y bravos, se mostraban en gran número. Pero también se podían
ver, aquí y allá, unicornios, águilas, lobos, e incluso dragones, mantícoras o
sierpes. Algunos caballeros, en un gesto de humildad (falsa o no), optaban por
enseñas más austeras, como espadas, estrellas o simples círculos o cuadrados.
Philip preguntó una vez a su padre porqué nadie portaba el Grial en su
blasón, siendo como era el símbolo de la búsqueda de los caballeros. Le contestó que él, un pobre
y simple campesino no podía imaginarse el razonamiento de tan nobles
individuos, pero que el fraile Bernard le comentó que, aquellos que habían
contemplado el Grial eran tan puros y magníficos que no necesitaban indicarlo con ningún
símbolo mientras que aquellos que aún continuaban en la búsqueda, no se
atreverían a mostrarlo so pena de ser tildados de soberbios. Eso le había contado el fraile y al padre de Philip le valió como respuesta.
En cualquier caso, la obtención de un blasón no podría estar
más lejos del futuro de Philip como podrían encontrarse las estrellas del
establo donde dormía todas las noches sobre la paja y la avena que utilizaban
para alimentar a las bestias. Pese a todo, el muchacho, con el ímpetu y la
inocencia de la juventud, se imaginaba siguiendo el camino del caballero. Si el
patán de Guido había conseguido que lo aceptaran en las levas de campesinos... a Guido, sin saber contar más allá de nueve, porque le faltaba un dedo en la mano izquierda...
¿por qué no podría ser él mismo aceptado algún día como escudero por algún
caballero? Philip pensaba aprovechar el torneo para ayudar lo más posible a todo aquel que lo necesitase o requiriese y
mostrar todas sus virtudes y habilidades, con la esperanza de que algún joven caballero se fijase
en él.
Tampoco se engañaba. Ningún caballero de alta cuna lo aceptaría nunca, pero
siempre existía la posibilidad de que algún cuarto hijo que no tuviera dinero para contratar a un escudero noble o de buena
cuna, lo acogiera. O algún caballero
novel de cuna humilde que hubiera conseguido sus espuelas gracias a alguna victoria en algún
torneo. Y una vez al servicio de un caballero, cualquier cosa podía pasar. Su
padre le comentaba, cuando se atrevía a contarle sus sueños, que lo que solía
pasar era que el joven campesino, inexperto y mal equipado, terminaba
atravesado por la espada de cualquier bellaco o en la panza de cualquier
monstruo. Pero no podía negar que en la Historia había algunos pocos que
habían conseguido sobrevivir hasta que su señor lo había ordenado caballero por
sus servicios. De todas formas, estos caballeros sin tierra no podían hacer más
que embarcarse en la búsqueda del Grial y seguir deambulando por pueblos y
ciudades y viviendo de los pagos de campesinos y nobles por sus gestas, generalmente, liberándolos
de engendros y abominaciones. Que se supiera, ninguno de los bendecidos con la
visión del Grial había nacido entre cerdos y vacas, ni dormía entre ellos de
joven. Pero a Philip eso no le preocupaba.
La colleja lanzada por su padre sacó a Philip de sus ensoñaciones. Aún quedaban muchas carretas que transportar y, si quería aprovechar el día para hacerse ver, necesitaría descansar un poco. Ningún caballero querría un escudero al que le temblaran las piernas o se quedara dormido...
La colleja lanzada por su padre sacó a Philip de sus ensoñaciones. Aún quedaban muchas carretas que transportar y, si quería aprovechar el día para hacerse ver, necesitaría descansar un poco. Ningún caballero querría un escudero al que le temblaran las piernas o se quedara dormido...