martes, 14 de febrero de 2017

Warhammer: Día de Torneo

Philip llevaba ya despierto un par de horas cuando el sol empezó a asomar sobre las colinas que rodeaban la llanura. Había perdido la cuenta de las carretas llenas de verduras y carne que había transportado desde el carromato de su padre hasta el puesto de venta que habían conseguido cerca de la explanada de justas. Habían sido afortunados. El puesto se hallaba cerca de la zona de paso, donde muchos nobles y adinerados pasarían entre enfrentamiento y enfrentamiento, con el hambre excitada por los combates y la mente perdida rememorando el último combate. Nadie intentaría regatear mucho los precios. Philip colocó el contenido de su carreta en el puesto y regresó al carromato con la intención de comenzar a trasportar la leña necesaria para el fuego que doraría los jugosos filetes. Sin embargo, los primeros rayos de la mañana iluminaban ya los pendones y banderas que adornaban las distintas tiendas de los caballeros que habían acudido a las justas y Philip se detuvo a contemplarlos.


Infinidad de figuras, animales y monstruos míticos lucían rodeados de los más vistosos colores. Los grifos, que muchos caballeros tomaban como emblema en un claro gesto hacia el Rey, o los pegasos, montura de los más nobles y bravos,  se mostraban en gran número. Pero también se podían ver, aquí y allá, unicornios, águilas, lobos, e incluso dragones, mantícoras o sierpes. Algunos caballeros, en un gesto de humildad (falsa o no), optaban por enseñas más austeras, como espadas, estrellas o simples círculos o cuadrados. Philip preguntó una vez a su padre porqué nadie portaba el Grial en su blasón, siendo como era el símbolo de la búsqueda de los caballeros. Le contestó que él, un pobre y simple campesino no podía imaginarse el razonamiento de tan nobles individuos, pero que el fraile Bernard le comentó que, aquellos que habían contemplado el Grial eran tan puros y magníficos  que no necesitaban indicarlo con ningún símbolo mientras que aquellos que aún continuaban en la búsqueda, no se atreverían a mostrarlo so pena de ser tildados de soberbios. Eso le había contado el fraile y al padre de Philip le valió como respuesta.


En cualquier caso, la obtención de un blasón no podría estar más lejos del futuro de Philip como podrían encontrarse las estrellas del establo donde dormía todas las noches sobre la paja y la avena que utilizaban para alimentar a las bestias. Pese a todo, el muchacho, con el ímpetu y la inocencia de la juventud, se imaginaba siguiendo el camino del caballero. Si el patán de Guido había conseguido que lo aceptaran en las levas de campesinos... a Guido, sin saber contar más allá de nueve, porque le faltaba un dedo en la mano izquierda... ¿por qué no podría ser él mismo aceptado algún día como escudero por algún caballero? Philip pensaba aprovechar el torneo para ayudar lo más posible a todo aquel que lo necesitase o requiriese y mostrar todas sus virtudes y habilidades, con la esperanza de que algún joven caballero se fijase en él.


Tampoco se engañaba. Ningún caballero de alta cuna lo aceptaría nunca, pero siempre existía la posibilidad de que algún cuarto hijo que no tuviera dinero para contratar a un escudero noble o de buena cuna, lo acogiera. O algún caballero novel de cuna humilde que hubiera conseguido sus espuelas gracias a alguna victoria en algún torneo. Y una vez al servicio de un caballero, cualquier cosa podía pasar. Su padre le comentaba, cuando se atrevía a contarle sus sueños, que lo que solía pasar era que el joven campesino, inexperto y mal equipado, terminaba atravesado por la espada de cualquier bellaco o en la panza de cualquier monstruo. Pero no podía negar que en la Historia había algunos pocos que habían conseguido sobrevivir hasta que su señor lo había ordenado caballero por sus servicios. De todas formas, estos caballeros sin tierra no podían hacer más que embarcarse en la búsqueda del Grial y seguir deambulando por pueblos y ciudades y viviendo de los pagos de campesinos y nobles por sus gestas, generalmente, liberándolos de engendros y abominaciones. Que se supiera, ninguno de los bendecidos con la visión del Grial había nacido entre cerdos y vacas, ni dormía entre ellos de joven. Pero a Philip eso no le preocupaba.

La colleja lanzada por su padre sacó a Philip de sus ensoñaciones. Aún quedaban muchas carretas que transportar y, si quería aprovechar el día para hacerse ver, necesitaría descansar un poco. Ningún caballero querría un escudero al que le temblaran las piernas o se quedara dormido...