El Príncipe Demonio continuó golpeando a su enemigo mucho
tiempo después de que este hubiera muerto. Poco a poco, el rojo de la ira que
inundaba su existencia fue retirándose, permitiéndole entender que la batalla
había acabado. Aquellos débiles seres apenas habían presentado batalla dejando
muy poco que ofrecer a Khorne. Algunos Juggernauts continuaban abalanzándose
sobre cualquier cosa que se moviera, bramando una mezcla de grito de animal salvaje
y chirrido de máquina endemoniada. La mezcla de carne y metal les convertían en una
trituradora de enemigos imparable, para regocijo de los Desangradores que, más
que dirigirlos, los acompañaban en su camino de destrucción.
Los Desangradores por su parte, empezaron a reagruparse, sus
largas lenguas viperinas saboreando el
aroma de la masacre y buscando un nuevo combate. Sus gigantescas y retorcidas espadas no podían
permanecer mucho tiempo inactivas. Los propios Desangradores raramente dejaban
de moverse, sus músculos contrayéndose espasmódicamente en busca de acción y
más cráneos para el Dios de la Sangre. El Príncipe Demonio había visto pocas
veces al Poder Oscuro, pero su presencia se podía sentir en sus representantes
en el mundo mortal. La mera existencia de los Devoradores de Almas generaba a
su alrededor un ansia de combate y lucha cuya personificación divina era el propio Khorne. En
esta batalla, solo uno de esos seres se presentó, desapareciendo en breve en
busca de mejores campos de lucha…¿o no fue eso?... el Principe Demonio apenas podía
recordar con detalle el combate, por debajo de la furia roja que todo lo
cubría. Sin embargo, tenía la sensación de que el Devorador de Almas se había
marchado “enojado”. Pero cómo sería posible que la propia esencia de la ira
pudiera enojarse más…
El Príncipe Demonio dejo a un lado sus pensamientos, que
generalmente solo le generaban dolor de cabeza y, como solía hacer desde tiempos en que
aún conservaba su humanidad, rememoró la batalla, volviendo a disfrutar de los
momentos más violentos y sanguinarios de la misma. Afortunadamente, en esta
ocasión, ninguno de los Hermanos de su Señor decidió personarse en el combate. Aunque
con el tramposo Tzeetch nunca se podía estar seguro.
El Demonio odiaba absolutamente todas las ilusiones que cambiaban la realidad para vencer al enemigo. Incluso cuando era humano, no encontraba mayor satisfacción que partir el cuello a los adoradores de Señor de las Mentiras antes de que empezaran con sus malditos sortilegios. Siempre atacando de lejos o volando por encima de la batalla en los malditos discos. Formas siempre cambiantes que siempre procuraban evitar ensuciarse las manos en la lucha. Si los demás se mataban entre ellos gracias a sus intrigas y conspiraciones, los mutables demonios se sentían satisfechos y lo expresaban con sus chirriantes risas.
Poco placer encontraba el Príncipe Demonio en aplastar Aulladores o Incineradores, cuyas cabezas eran difícilmente localizables y sus cráneos, por lo general, inexistentes. Como mucho, de vez en cuando, se divertía aplastando a los insoportables Horrores. Si tenía suerte, al destrozar uno aparecían dos, con lo que el entretenimiento duraba un poco más…
El Demonio odiaba absolutamente todas las ilusiones que cambiaban la realidad para vencer al enemigo. Incluso cuando era humano, no encontraba mayor satisfacción que partir el cuello a los adoradores de Señor de las Mentiras antes de que empezaran con sus malditos sortilegios. Siempre atacando de lejos o volando por encima de la batalla en los malditos discos. Formas siempre cambiantes que siempre procuraban evitar ensuciarse las manos en la lucha. Si los demás se mataban entre ellos gracias a sus intrigas y conspiraciones, los mutables demonios se sentían satisfechos y lo expresaban con sus chirriantes risas.
Poco placer encontraba el Príncipe Demonio en aplastar Aulladores o Incineradores, cuyas cabezas eran difícilmente localizables y sus cráneos, por lo general, inexistentes. Como mucho, de vez en cuando, se divertía aplastando a los insoportables Horrores. Si tenía suerte, al destrozar uno aparecían dos, con lo que el entretenimiento duraba un poco más…
Los otros dos Hermanos de su Señor siempre le habían caído
mejor dentro del odio mutuo profesado. Aunque la mayoría de los demonios de Khorne se burlaban de los gráciles siervos
de Slaanesh, para el Príncipe Demonio no cabía duda de que siempre ofrecían una
buena pelea, pues aunque se rompían con el primer golpe, este no era sencillo
de dar. Todos los seguidores del Señor del Placer se movían con una velocidad
que los hacía casi invisibles a la vista. Afortunadamente para el Demonio, la
vista no era más que uno de sus sentidos, y no necesariamente el mejor. Los
seguidores de Khorne viven para la lucha y luchan mientras viven, por lo que
sus reflejos están tan avanzados que casi se adelantan a la propia acción.
El Demonio recordaba la expresión de sorpresa de una diablilla cuando su salto se vio interrumpido por un hacha que estaba allí, antes incluso de que ella hubiera pensado en saltar. Sin embargo, los Rastrealmas podían ser aún más rápidos. Esos malditos y serpentinos demonios parecían moverse a través del mismo tiempo. Y podían arrastrar una picadora de carne, como solían ser los carros de Slaanesh. Siempre le gustaban estos combates. Aunque al final acababa con un ataque de ira por dejarse llevar por ese placer pues, ¿no es Slaanesh el Señor de las Tentaciones?
El Demonio recordaba la expresión de sorpresa de una diablilla cuando su salto se vio interrumpido por un hacha que estaba allí, antes incluso de que ella hubiera pensado en saltar. Sin embargo, los Rastrealmas podían ser aún más rápidos. Esos malditos y serpentinos demonios parecían moverse a través del mismo tiempo. Y podían arrastrar una picadora de carne, como solían ser los carros de Slaanesh. Siempre le gustaban estos combates. Aunque al final acababa con un ataque de ira por dejarse llevar por ese placer pues, ¿no es Slaanesh el Señor de las Tentaciones?
Sin embargo, los seguidores de Nurgle no tenían ese
problema. Eran luchadores lentos y pesados. Y resistentes, lo que alargaba los
combates y permitía que los niveles de rabia e ira alcanzasen su máximo potencial,
para satisfacción de su señor Khorne. Sin embargo, los combates no tenían
ningún desafío. Tanto la parte humana como la demoniaca del Príncipe Demonio seguía deseando
el combate con un rival que representase un desafío y a veces no disfrutaba
tanto de la masacre sin más, por mucho que los descompuestos cuerpos de los
demonios de Papá Nurgle se regeneraran y siguieran luchando aún estando prácticamente
cortados en pedazos. Ni siquiera sus extrañas
monturas, esas gordas y purulentas monstruosidades con forma de moscas incapaces casi de elevarse sobre el suelo y moviéndose lentamente por el campo de
batalla representaban ningún desafío.
El Príncipe Demonio regresó al Espacio Disforme para retomar
fuerzas, pero no conseguía quitarse la sensación de que algo iba mal. Cuando
era humano seguro que habría sido capaz de identificar que fallaba, sin
embargo, desde su Transformación, la mayor parte del tiempo sus pensamientos
eran solo furia roja e incontrolada. De hecho, era quizás lo que más le
gustaba. El olvido de todas las preocupaciones. El ardor de la batalla. El peso
del hacha en la mano y la victoria sobre los enemigos. Verles la cara. Parar
sus golpes con tu escudo y destrozarlos con tus propias garras. Sí. Eso era. No
atacar de frente. El maldito cañón de cráneos. ¿Cómo podían tener esa máquina
con ellos?. ¿Qué presente hay para
Khorne en un enemigo vencido a distancia?. ¿Cómo llegó ese cañón demoniaco a
ellos?. El Príncipe Demonio maldijo su
parte humana que se hacía tantas preguntas. Que hacía que le doliera la cabeza.
Que pareciera un maldito seguidor de Tzeetch, con sus conjuraras, pensamientos paralelos, ilusiones, hechizos y
sus regalos envenenados. Su placer por las muertes lejanas y por hacer
traicionar sus más profundas convicciones a todos los seres…. El brillo de
comprensión se extinguió de los ojos del
Príncipe Demonio tan pronto como surgió mientras la ira lo cubría todo de un manto rojo… un gruñido
escapó de sus labios…”Tzeetch…”