"PPPPRRREEEEE….
T’akchla, sintió el pulso telepático de su señor, el Gran
Slann Tolklan, mientras recorría apresurado los dorados pasillos del Templo-Fortaleza
de su ciudad. El día (y la noche) anterior ya habían sido bastante agitados hasta el
momento, pues un gran temblor de tierra había creado múltiples fisuras en
distintas partes del complejo. Afortunadamente, los Kroxigores, siguiendo su
instinto natural innato, pronto habían tomado posiciones sujetando y evitando
el desplome de las secciones más dañadas, mientras habilidosos eslizones se
introducían por los huecos, analizaban y reparaban los desperfectos. Pero lo que realmente preocupaba a T'akchla eran las causas del seismo...
…EEEEEPPPPPAAAA….
El chamán eslizón
continuó su trabajo de supervisión mientras el eco de los pensamientos de
Tolklan continuaban resonando en su mente. Una vez confirmado que toda la
estructura estaría reparada en un tiempo razonable y adecuado al Plan, T’akchla
ascendió hasta la terraza superior de Templo, continuando con sus quehaceres
habituales. A esas horas de la mañana, los Terradones y Rajadáctilos
comenzaban a despertarse y a desplegar sus alas para calentarse bajo los
primeros rayos del sol. Los eslizones que pululaban por allí al cuidado de los
temibles saurios voladores sacudían sus encarnadas crestas, agitados por la
presencia del importante chamán. T’akchla, emitió un par de chasquidos con su
lengua que devolvió la calma a sus congéneres y pareció despertar aún más a sus
alados parientes, que comenzaron a estirar sus abotargados miembros.
…AAAAAAARAAAAAADDDDD…
El mensaje del gran Slann continuaba
filtrándose en el cerebro del chamán eslizón, en un tono que solo alguien
eterno podría considerar premura. Por ello, T’akchla continuó sus tareas de
supervisión desplazándose nuevamente hasta la base de Templo. A paso rápido,
dejó atrás las limpias y ordenadas calles, donde algunos pocos eslizones orfebres se desplazanban de un lado a otro llevando el resultado de sus trabajo, o en busca
de materiales para comenzar o concluir algún otro.
T’akchala siguió caminando hasta los límites de la Ciudad-Templo, alcanzando sus murallas. Adjuntas a éstas, como un patio exterior, pequeño solo en comparación con la titánica Ciudad, se proyectaba una sección amurallada que encerraba parte de la jungla circundante. Desde lo alto de la muralla, se podía distinguir como los gigantescos árboles se balanceaban de forma extraña, sin seguir ningún flujo de viento. El Chamán eslizón subió hasta lo alto de una torre adosada a la muralla, en cuya cima, un enorme cuerno dorado se desplegaba por la pared de la muralla. Después de ajustar algunos sellos y clavijas, hinchó sus pulmones y sopló una única nota grave y corta.
T’akchala siguió caminando hasta los límites de la Ciudad-Templo, alcanzando sus murallas. Adjuntas a éstas, como un patio exterior, pequeño solo en comparación con la titánica Ciudad, se proyectaba una sección amurallada que encerraba parte de la jungla circundante. Desde lo alto de la muralla, se podía distinguir como los gigantescos árboles se balanceaban de forma extraña, sin seguir ningún flujo de viento. El Chamán eslizón subió hasta lo alto de una torre adosada a la muralla, en cuya cima, un enorme cuerno dorado se desplegaba por la pared de la muralla. Después de ajustar algunos sellos y clavijas, hinchó sus pulmones y sopló una única nota grave y corta.
….LLLLAAAAASSSS……..
Todos los árboles se inclinaron y desplazaron como si una
imparable ráfaga de aire se dirigiera hacia T’akchla. Finalmente, surgiendo de
los bordes de la amurallada jungla, dos titanes acorazados, cubiertos de
placas, cuernos, espolones óseos y dientes, se asomaron montados por un pequeño
batallón de eslizones. Los Bastodones rugieron alzando sus astadas cabezas,
mientras sus tripulantes se afanaban en limpiar los artilugios ancestrales que
coronaban los caparazones de las bestias. En uno de ellos, una dorada gema
resplandecía como un pequeño sol encerrado en un cristal; en otro, una madeja
enredada de serpientes y víboras se retorcían, entraban y salían de un cofre de
piedra.
…DDDDEEEFFFF….
T’akchla chasqueó la lengua saboreando los aromas de la
jungla. Su Troglodón se podía notar en el filo de la percepción, pero el chamán
sabía que la bestia no saldría a campo abierto para que lo viera. Lanzó sus
pensamientos hacia el gran saurio y le tranquilizó, prometiéndole grandes
presas en breve. T’akchla conoció a su montura apenas desovado. De hecho el Troglodón se había comido a casi la
totalidad de su desove, ya que, por aquel entonces, el pozo de cría de donde
surgió el chamán se encontraba en una zona no amurallada de la Ciudad-Templo,
olvidado por los pocos supervivientes de la última invasión de demonios
caóticos. El pequeño eslizón surgió de su huevo en el interior de la boca el Troglodón. Por alguna razón que solo los Ancestrales saben, el huevo se había
quedado intacto bajo la lengua de la bestia, y no había sido tragado. El que
sería T’akchla aprovechó que la bestia dormía para salir de la boca y
encaramarse al lomo del Troglodón. En seguida sintió los pensamiento del
depredador e, instintivamente, le devolvió los suyos, forjando un lazo que los
había unido hasta entonces. T’akchla se despidió de su montura con un
pensamiento en que solo un saurio percibiría un tono de afecto, aunque para un
observador de cualquier otra raza sería un gesto frío y mecánico. Con rápido
caminar, el chamán descendió de las murallas y volvió al Templo-Fortaleza.
Las placas de oro macizo incrustadas de rubíes, zafiros,
diamantes y otras piedras preciosas centelleaban bajo la luz de las antorchas
mientras T’akchla se desplazaba por el intrincado laberinto de la Templo-Fortaleza.
Innumerables veces, los saurios habían protegido sus tesoros de la avaricia de
los sangre cálida, estúpidos e infantiles seres que apreciaban más el material
dorado de sus estelas que la sabiduría encerrada
en los glifos tallados en ellas. Para el chamán eso no eran más que pequeñas
molestias. No obstante, entre los sangre cálida había algunos que si apreciaban
el poder de las inscripciones saurias, y creyéndose poseedores de alguna sabiduría intentaban robarlas para sus fines,
como niños que desprecian al maestro tras aprender solo las primeras lecciones e intentan robar los libros del profesor…Magos,
hechiceros, chamanes… niños caprichosos, que serían corregidos y enderezados
por el Tiempo. El enemigo real siempre había sido el mismo. Tan viejos como ellos y
más poderosos. Sin ningún plan al que someterse, sin ninguna ley bajo la que
regirse. Ni siquiera las propias leyes del Universo físico…
T’akchla erizó su cresta en el equivalente saurio de una sonrisa
al percibir el mensaje en su totalidad. Su señor Tolklan estaría complacido,
pues las defensas siempre estaban preparadas en la Ciudad-Templo sauria. De
hecho, ya era conocedor del acercamiento de una pequeña horda de demonios, que
ahora, estaba seguro, no era más que la avanzadilla del ejército que el gran
Tolklan, en su sabiduría, había detectado. T’akchla, chasqueo unas cuantas
órdenes a un viejo Escamadura y pronto las tropas de la Ciudad ya estaban
formadas en los patios y los Guardianes del Templo, como estatuas revividas, se
dirigían como un solo cuerpo hacia la Sala de las Visiones, donde Tolklan los
esperaba en su palanquín. La guerra eterna iniciaba un nuevo capítulo…