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martes, 31 de julio de 2018

Warhammer: Hubo un tiempo...

"Hubo un tiempo en el que monstruos con forma humana andaban entre los reinos mortales". Así comenzaba el viejo muchas noches a farfullar cuando varias cervezas habían desaparecido ya por su gaznate...Los parroquianos empezaron a protestar y a hacer mohines de aburrimiento, aunque en el fondo todos se divertían con las historias e invenciones del anciano y, de hecho, algunas de las sillas empezaban ya a arrastrarse en dirección al viejo. "Aunque muchos de ellos empezaron con la misma forma que tú o que yo..." continuó clavando sus empañados ojos en lo que el pensaba era uno de los clientes de la taberna, aunque se tratara en realidad de una jarra de vino a medio acabar...


"Muchos comenzaron siendo simples muchachos, golpeados una y mil veces por la perra vida y por otros muchachos igual de desgraciados que ellos mismos. No resulta raro que ese muchacho empiece a buscar formas de defenderse, de hacerse más fuerte". El anciano soltó un extraño cacareo que quizás pretendía ser una carcajada..."Y tampoco tiene nada de extrañar que, si existe un atajo para dar una lección a sus maltratadores, lo tome, aunque ello suponga perder la humanidad y el alma. Porque los Poderes Oscuros están siempre ahí. Esperando a que los mortales se ofrezcan voluntariamente por un poco de poder. Y pronto se le hincharán los músculos, y el acero se podrá doblar entre sus dedos, y las saetas rebotarán contra su torso. La altura se le dobla y su resistencia se hace infinita. El muchacho se cree en la cúspide, cumplido el potencial de un guerrero".

"Pero los cambios no se quedan ahí. Una mañana se despierta con un brazo más, porque, ¿quien no quiere tener la posibilidad de portar un escudo y seguir cercenando enemigos con un buen hacha a dos manos?. Y, si un día es atacado por la espalda...¿acaso no es de agradecer que al día siguiente una corona de ojos rodee su cráneo?. Nunca más ser sorprendido, aunque el exceso de imágenes y percepciones empiece a volverlo loco... sobre todo después de que su oído se haya agudizado hasta ser capaz de escuchar el desenvaine de una espada a varias millas de distancia en medio de una batalla. Y qué utilidad la de varios tentáculos que salgan de su costado, que práctica una cola acabada en una maza de púas de hueso... Y unas garras capaces de atravesar armaduras, y una boca llena de dientes, con varias filas de ellos... aunque ya no pueda hablar con sus congéneres" Los parroquianos, conocedores ya de las historias del viejo, comenzaban a animarle. "¡Y tres cabezas!,¡y alas!..." Gritaban entre risotadas. 

El anciano ya no les hacía caso, perdido en sus ensoñaciones. "Al final, nada quedará del muchacho y solo una masa de carne y hueso se arrastrará de campo de batalla en campo de batalla, azuzado por otros guerreros, simplemente convertido en una bestia." "¡Cuenta lo de las bestias de verdad, abuelo!", animaba un tipo mientras volvía a rellenarle la jarra. "Esos no se saben si eran humanos antes o nacieron así, fruto de otros monstruos..." continuó tras un largo sorbo. "Los hay de todos tipos. Algunos recuerdan a bestias comunes, aunque incluyen algo que las hacen distintas y aterradoras. Son más grandes, más rápidos y mas hambrientos y salvajes,,,".



"Hay bestias que parecen leones, pero con grandes alas, que les permiten alanzarse sobre sus presas desprevenidas desde el cielo; y colmillos como dagas, capaces de atravesar carne, hueso y acero. Y tienen un tamaño tan enorme, que pueden llevar guerreros a sus espaldas...". "Y yo he visto una vaca tan pequeña, que no tenía cuernos, tenía vigotes y orejas puntiagudas y en vez de decir Muuuu, decía Miauuuu". Las risotadas de la taberna entera hicieron saber a los últimos despistados que la broma de cada noche había empezado.



"Vosotros sois unos inconscientes. Yo he visto bestias con múltiples cabezas, cada una de un animal distinto. Águilas, leones, dragones, cabras... cabezas que les surgían del cuello o de cualquier parte del cuerpo. He visto bestias del averno cuyas colas acababan en cabezas de serpiente, sus colmillos rezumando veneno y sus ojos destellos de pura maldad". "Y yo también he visto un cerdo con dos cabezas y seis pares de patas. Incluso me pareció ver varios muslos de pollo... claro, que estaban todas las partes ordenaditas por piezas ¡¡y en el mostrador de Karls, el carnicero de mi pueblo!!". Otra explosión de risas y de brindis saludó a la ocurrencia del hortelano. Que la chanza la hubiera repetido miles de veces quedaba perdonada por la cantidad de alcohol que había circulado ya.


"Pues os digo más". El viejo parecía inmune a los comentarios jocosos de los borrachos de la taberna. "Hay bestias que, aunque ya no se parecen a ningún animal conocido, siguen pareciendo, afortunadamente, animales de este Mundo. Tienen boca, cabeza , patas... pero sus proporciones no son normales, y tienen huesos, cuernos, colmillos,ojos... donde no corresponde... y todos y cada uno de ellos solo solo siente un deseo de violencia desmedida y apetito por la carne humana...". "Marcus también tiene unas dimensiones desproporcionadas y un apetito insaciable... ¡de bollos y pasteles!", las risas volvieron a llenar el salón, las más fuertes las del propio y voluminoso Marcus.

"Pero lo más aterrador es que esas espantosas mutaciones no solo les ocurren a los humanos o a las bestias." El anciano ya no era consciente de la gente y hablaba para sí mismo más que para su audiencia. "Imaginad, las fuerza bruta de los Ogros y los Trolls, mutada por el Caos. Pensad en la destrucción que puede crear un gigante con más brazos y con puños de puro hueso... La capacidad destructiva de un Orco con garras y dientes mejorados. Y no solo eso, aunque se resisten al Caos más que ninguna raza, se dice que un clan completo de Enanos se han vendido a los Poderes Oscuros. Tiemblo de pensar en esos tozudos seres sin reparos en usar magia. Pero si algo perturba mi alma, es pensar que podría ocurrir si un Elfo quedara transformado por el Caos...". "Pues yo tiemblo en pensar que ocurrirá si le pasa a Gunther... ¡¡Si sus ventosidades se ven aumentadas podríamos morir todos ahogados!!"   


"Vosotros os reís, pero aún hay un horror más extremo. Pues si todos estos seres provienen de la corrupción de este Mundo, no hay nada más terrorífico que aquellos seres que directamente provienen del Otro Lado. De los Reinos del Caos... Seres de pesadilla que vuelven del revés la mente cuando se intenta entender lo que se ve. Seres que parecen del tamaño de montañas, pero que se introducen por tus orejas y te revuelven el cerebro. Seres tan horriblemente hermosos que uno se muere desgarrado con una sonrisa en la cara. Seres que llevan consigo un portal al mismísimo Reino del Caos, que mutan y corrompen todo lo que se cruza por su paso". "Para cosa mutada y espantosa lo que me han puesto en el plato... ¡ni que lo hubiera vomitado una cabra!".

El viejo continuó bebiendo en silencio. Konrad, el tabernero no pudo evitar sentir un poco de pena por él. Según se contaba, el anciano había sido soldado en las guerras del lejano Norte. Y era bien conocido que los que se acercaban a aquellas sombrías tierras perdían la cordura y volvían contando insensateces. Al menos el anciano había regresado sin heridas graves ni mutilaciones. Exceptuando esa extraña cicatriz en la nuca, que casi parece un párpado que se va a abrir en cualquier momento... O esas piernas mal curadas, que casi parecen doblarse al revés... y ahora que se fijaba... Quizás había bebido demasiado...pero...si el viejo estaba cortando el pan con sus dos manos, ¿con qué estaba agarrando su jarra de cerveza? ...

domingo, 15 de julio de 2018

Warhammer: La Forja de un Campeón

Kromtar se sentó en su trono de pieles y huesos de bestias imposibles y se dispuso a recibir la rendición del campeón de un pueblo cuyo nombre ni conocía ni le importaba. Mientras el pobre desgraciado hacías equilibrios para alabar al conquistador pero sin perder su orgullo e intentar destacar sus méritos y los de su tribu (con riesgo de ofender al alabado conquistador y perder la cabeza en el proceso), Kromtar se permitió el lujo de perderse en sus recuerdos. Regresó a un tiempo ya muy lejano en el que un chaval de una tribu tan miserable como aquella en la que se encontraba contempló a su patético caudillo hacer los mismos malabares dialécticos. Solo que en aquella ocasión, fue el propio chaval el que decapitó al jefecillo, asqueado de su cobardía y se plantó delante de Tulgorl, pútrido, Elegido de Nurgle. 

El guerrero pareció prestar apenas atención al pequeño, aunque, quizás intrigado por el gesto, dispuso que uno de sus lugartenientes se enfrentara en combate singular con él. En cuanto el joven estuvo armado, se giró y se abrió paso a mandobles entre los bárbaros de su propio pueblo, los cuales se habían congregado para ver como lo masacraban. Mientras robaba un caballo y se alejaba al galope, podía escuchar las risotadas de Turgorl. Kromtar sabía que, con su huida, probablemente habría perdido el favor de Khorne, pero, a cambio, su astucia había atraído la mirada de Tzeentch, el Maestro del Engaño. Kromtar no se había planteado nunca el elegir unos de los aspectos del Caos, ya que  bastante tenía con sobrevivir el día a día, pero sabía que si había algo peor que no tener el mecenazgo de ningún Dios del Caos, era tener la enemistad de uno por haberlo rechazado. Y ya había ganado puntos en contra con Khorne.

Así que, cuando en una extraña aparición de irisados y cambiantes colores, una voz taladrante le informó de que el Dios del Cambio lo había elegido, no dudó ni un momento en someterse a él. La Magia empezó a fluir por su cuerpo y sus percepciones se expandieron hasta el infinito, captando lo que era, es y será, lo que podría ser y lo que no es. No supo si habían pasado horas, dias o años, o si despertó antes de perder la consciencia, pues el tiempo había dejado de tener sentido para él durante su experiencia. No obstante, lo que quedaba de la mente de Kromtar sabía que, si no quería perder la cordura, no podía abandonarse a la Magia. De manera que, haciendo uso de hasta la última gota de su voluntad, consiguió focalizarse en el aquí y el ahora y regresar al Plano Mortal. Pero ya no era el mismo Kromtar que había huido de su pueblo.

La magia crepitaba en sus ojos y había transformado su cuerpo adolescente en una masa de músculos y hueso. Su mano izquierda se había transformado en una garra gigantesca y notaba como el resto de su ser se removía intentando buscar nuevas formas. Su espalda pugnaba por expulsar unas alas, un tercer ojo se retorcía en su frente intentando abrirse, cuernos de hueso pugnaban por romper su piel... La agonía de Kromtar rayaba el límite humano. Pero él ya había dejado atrás su humanidad. Frente a sí, se separaban dos caminos: dejarse llevar y caer en la locura del Caos más absoluto, convertido en un engendro, o imponer su voluntad y retener su conciencia. Con un grito desgarrador, la segunda opción prevaleció, y Kromtar conservó su forma humana. Y su nueva fuerza y su magia. Era la hora de la venganza.

Tulgorl continuaba establecido en el poblado. Sus putrefactas tropas disfrutaban del saqueo. Pero ahora no eran nada para el poder de Kromtar. Invocando sus energías mágicas, contempló como con un simple gesto de su mano, sus enemigos estallaban en una explosión de sangre y pus. El Campeón de Nurgle no tardó en acudir al desafío. El combate fue encarnizado. Tulgorl poseía también el favor de un Dios del Caos, y llevaba más tiempo disfrutrando de su poder. Sin embargo, Kromtar poseía su astucia innata y, creando una imagen ilusoria de del mismo, decapitó a su enemigo mientras este se deleitaba con su supuesto cadaver. Su antigua tribu comentó a salir de las cabañas donde se escondían o estaban presos y comenzaron a vitorearlo, pero Kromtar despreciaba su cobardía y rechazó sus halagos. Agarrando el cuerpo pútrido de Tulgorl, lo arrojó al único pozo del pueblo, entregando los dones de Nurgle a su pueblo, para que así encontraran la fuerza del Dios de la Descomposición o murieran de las espantosas enfermedades que portaba su difunto campeón.

A Papá Nurgle no le resultó desapercibido el gesto, y varias noches más tarde envió sus representantes a Kromtar. El Campeón de Tzeentch era consciente del peligro de rendir pleitesía a dos Dioses del Caos, pero su sed de poder era ya insaciable y aceptó los dones de Nurgle. Miles de enfermedades recorrieron su cuerpo y comenzaron a luchar con la magia del Cambio. Finalmente, o los Dioses llegaron a un acuerdo, o la voluntad de Kromtar fue tan fuerte, que consiguió equilibrar ambas fuerzas. Ahora, si una mano conservaba la capacidad de transformarse en lo que quisiera, la otra tenía el poder de transmitir la enfermedad y la muerte con un solo toque.

El poder combinado de los dones de dos Dioses del Caos convirtió a Kromtar en un campeón temible, y su leyenda se comenzó a extender entre las tribus de la zona. Jefes de diversos poblados combatían entre ellos simplemente para poder ofrecerle los despojos del derrotado y ganarse su favor. En breve, un enorme ejercito acompañaba a Kromtar. Adquirido el poder y la fuerza para mantenerlo, el Campeón comenzaba a aburrirse de su vida de exceso. Dedicaba su tiempo a perfeccionar sus dotes de magia, pero no se sentía satisfecho. Añoraba el combate personal, los gritos del enemigo y la sangrienta resolución del combate. Así que ese día, dspues de decapitar al jefe parlanchín, salió de su tienda-palacio en el centro del campamento, se deshizo de su armadura y se ató una espada larga y un hacha en su espalda, una daga a su cintura y con una espada bastarda en la mano se lanzó contra el guerreo más cercano.

Sus hombres respondieron con lentitud asombrados, pero sus gritos al ser descuartizados avisaron al resto del ejercito, los cuales, ya conscientes de la situación, se prepararon para combatir la locura de sangre que había invadido a su señor. Pero nada podía detener el avance del campeón del Caos. Sus instintos de combate, nuevamente despiertos, se regocijaban en su ataque berserker. Sus armas subían y bajaban, una y otra vez, segando adversarios como el granjero segaba la cosecha. Al final del día, el campamento se había convertido en una fosa gigantesca, donde cientos de guerreros yacían en trozos, mientras un solo luchador permanecía en pie. Kromtar comenzó a reir, recuperado y satisfecho. En ese momento, un trueno sin rayo sonó en la planicie y una gigantesca figura alada, de piel quizás rojiza o quizás bañada en sangre, y rostro brutal de afilados dientes y largos colmillos, rugió en desafío.


Kromtar se encaró al Devorador de Almas y con un grito de batalla, espada en una mano y hacha en otra, se arrojó al combate. Si hubiera quedado algún testigo que pudiera haber visto el combate, apenas podria haber relatado ningún lance del mismo, pues los combatientes se intercambiaban un golpe tras otro, levantando enormes bloques de terreno con la fuerza de cada uno de ellos. Finalmente, sesgadas sus alas y caido en tierra, Kromtar arrancó la cabeza del Demonio de un solo golpe de hacha. Satisfecho, la clavó en una lanza y esperó. Desde que atacó al primera tienda al comienzo del día, ningún hechizo había salido de su boca, ninguna enfermedad pululó a su alrededor...

Kromtar sabía, pues era su intención, que Khorne estaría satisfecho y acudiría a él, pues la aparición del Devorador confirmaba que el presente de cráneos había sido de su agrado. Si su ego y su voluntad hubieran sido más débiles, se habría preocupado de la reacción de sus otros dos dioses tutelares. Pero precisamente por su ego y su voluntad, Nurgle y Tzeentch consideraron interesante conservar a su campeón y no intervenir cuando Khorne entregó sus dones a Kromtar. Favorecido por tres Dioses, el elegido era ahora capaz de combinar la brutalidad marcial con la estrategia más fina y la resistencia más inhumana. La sed de poder de Kromtar no conocía ya freno, y en su soberbia se atrevió a exigir a Slaanesh que le entregara sus dones.


Claro, que si había algo que más atraiga al Dios de los Excesos es la soberbia. Y que cosa más divertida podría haber que construir un Campeón de los Cuatro Poderes. ¿Cuanto hacía de la última vez?. Eran tan dados al exceso con ese poder ilimitado... Kromtar ya se sentía un par con los Principes demonio, una digno lugarteniente de los Dioses. Nada podía pararlo pues él lo era todo. Los cuatro poderes dentro de sí. Los dones de todo el Caos encarnado... Pero el Caos es conflicto. El Caos se revuelve contra sí mismo. Y, aunque Kromtar en su ceguera de poder no era consciente, los cuatro poderes ya conspiraban entre ellos en su interior y antes o después, ese conflicto acabaría desgarrando su forma mortal y acabando con su existencia... y eso si tenía suerte...

martes, 15 de mayo de 2018

Warhammer: Velas Negras

Drulaan contemplaba el horizonte desde la atalaya de vigilancia como todos los turnos desde que le asignaron el puesto. Y como en todos los turnos de lo que le parecía ya una eternidad, el mar seguía extendiéndose tranquilo y sereno hasta donde alcanzaba la vista. El azul más profundo del oceano se encontraba en una línea perfecta con los primeros tonos rosados y anaranjados del atardecer. Pero Drulaan sabía bien que no podía confiarse... Las odiadas y temidas velas negras podrían aparecer en cualquier momento y esta vez los encontrarían preparados.


La primera vez que Drulaan se enfrentó a sus primos del otro lado del mar aún era un joven inexperto, según los estándares élficos. Vivía por entonces con su familia en una tranquila aldea costera de artesanos y pescadores. Como todos los elfos desde la Gran Guerra, Drulaan había sido instruido en el uso de las armas, aunque los siglos de relativa paz habían relajado un poco el entrenamiento, que se había centrado en el uso del arco y la flecha, para la caza y la pesca. No es que un mejor conocimeinto de las armas hubíera servido para evitar la masacre que ocurrió cuando el Arca de Corsarios atacó la ciudad. Los corsarios les llevaban siglos de ventaja marcial, luchando continuamente contra tropas experimentadas del Rey y poco podrían haber hecho pescadores, pintores y ceramistas contra el cruel salvajismo de los invasores.


En el fondo de su alma, Drulaan sabía que, en el caso de haber tenido un entrenamiento mayor, estaría muerto como gran parte de sus vecinos, pues se habría creido capaz de enfrentarse a los atacantes. Fue precisamente su convencimiento de su inutilidad como guerrero lo que le llevó a esconderse en el bosque y salvar su vida. Sin embargo, la vergüenza y el deshonor lo acompañaron desde entonces. Decidido a redimirse, se enroló en la Guardia del Mar de la Ciudad y pasó los siguientes cien años de patrulla por las costas. A lo largo de esos años, tuvo la oprtunidad de volver a enfrentarse de nuevo con los odiados corsarios y su espada se tomó cumplida venganza de estos. No obstante, su corazón seguía vacío, y poca alegría encontraba en estas victorias. Pensaba que para limpiar su cobardía era necesario algo más acompañar a un batallón de hermanos de la Guardia del Mar y eliminar de la faz de la tierra unos pocos corsarios. Tendría que hacer algo más que marcara una diferencia.

La oportunidad llegó pronto. El siguiente ataque fue inesperado. Si no por su existencia (nadie dudaba de que serían atacados antes o después), sí por su brutalidad y envergadura. Hasta ese momento, habían sido atacados por arcas solitarias de corsarios en busca de un puerto fácil al cual esquilmar de su riquezas y satisfacer sus ánsias de masacre. Sin embargo, en esta ocasión, una flota de velas negras apareció en el horizonte. No se trataba de corsarios. Un contingente de soldados y verdugos venía a desembarcar, con el objetivo de crear una cabeza de puente para una invasión futura. Cientos y cientos de guerreros de oscuras armaduras cubrieron la playa donde tomaron tierra. Y del último barco, multitudes de aullidos de autentica locura comenzaron a llegar. Las elfas brujas ansiaban sangre. Y sangre pensaban obtener.

La batalla, si pudiera llamarse así, fue breve, aunque más breve pudiera haber sido si las tropas del reino no hubieran recibido el aviso del ataque y regimientos de Yelmos Plateados no hubieran galopado a toda velocidad para repeler al invasor. Aún así, las dementes brujas habían danzado ya sobre innumerables enemigos caídos frente a sus espadas dobles, sus cuerpos perfectos bañados por la sangre de sus enemigos. Drulaan se enfretó a una de ellas y poco faltó para convertirse en una victima más de una de estas elfas. Había oido hablar del encanto de las brujas, el extraño y embriagador aura que las rodeaba y que hacía que sus enemigos cayeran a sus pies deseando que acabaran con su vida, incapaces de soportar la certeza de que nunca podrían ser más que un insecto para aquellas bellezas... Sin embargo, el hechizo podía ser roto a fuerza de voluntad, y el sentimiento de culpa y deseo de reparar su honor hicieron que Drulaan viera a la elfa tal y como era: una bestia animal feroz, con mirada de brillante salvajismo.

No obstante, el embrujo no era el principal arma de las elfas. Entrenada desde la infancia en el uso de la espada doble, el elfo apenas si podía contrarrestar sus ataques perfectos. Retrocediendo a duras penas, la sangre se le heló en las venas al escuchas un grito aterrador. Saltando sobre las elfas brujas, las Hermanas de la Matanza se incorporaban al ataque. Auténticas picadoras de carne, sus propias aliadas se apartaban de su camino, pues las elfas, en su frenesí sanguiento, no distinguían entre enemigo o aliado. Drulaan se venía ya abandonando el mundo mortal cuando la atronadora carga de los Yelmos Plateados rompió el frente de los Elfos Oscuros y la batalla cambió de signo. El combate duró varias horas más, aunque los ultimos compases transcurrieron entre despliegues de energía cataclísmica desarrollados por varios Altos Magos en mortal combate contra un grupo de Hechiceras Oscuras. Ante la potencia destructiva de la Magia, el resto del combate casi parecía irrelevante...

La lucha acabó cuando una brillante explosión de luz destruyó parte del campo de batalla llevandose con ella la mayor parte de las Hechiceras enemigas. Los elfos Oscuros se retiraron a sus naves, pero Drulaan sabía que esto no era más que el inicio. Y ahora, desde su ayalaya, contemplando el avance de las primeras velas negras que surgían del horizonte, supo que no había errado. Y cuando vio que las velas iban llenado en mar frente a él, como un bosque de oscuros árboles y los primeros dragones comenzaron asurcar los cielos, supo que esta iba a ser la última batalla y que por fin podría descansar con honor, deseó, y libre del peso de la culpa...

jueves, 15 de marzo de 2018

Warhammer: Donde habitan las Bestias

Desde su nacimiento, Drakaliith había sentido una especial debilidad por todos los tipos de bestias que poblaban los alrededores de su ciudad. Desde las que surcaban los nublados cielos, pasando por las que cazaban en las aridas tierras de más allá de los muros, hasta las que se arrastraban por las oscuras y tortuosas galerías subterraneas. Siendo un joven elfo, crió un pequeño murciélago que encontró caído en el suelo de una caverna. Lo alimentó durante meses a escondidas de sus progenitores y cuidadores, a sabiendas de que se lo arrebatarían antes de que el murcielago consiguera el tamaño suficiente para sus planes: resultar lo suficientemente apetitoso para atraer a alguna cría de gélido y poderla capturar. 

El plan estuvo a punto de costarle muy caro, ya que funcionó bien en exceso. Los gritos del maltratado animal (Drakaliith había decidido partirle las alas para que se arrastrara dejando un rastro de sangre como cebo) atrajeron a un macho adulto y no a una cría. Lógicamente, el reptil encontró mucho más interesante como cena una cría de elfo frente a una desnutrida rata con alas. Para suerte del inexperto elfo, la presa también había atraído a otro macho de gelido y, como solía ser costumbre de en estas irascibles bestias, decidieron masacrarse mutuamente dando diempo a Drakaliith a huir de la zona y plantearse seriamente la necesidad de informarse mejor sobre las bestias a las que pretendiera atrapar antes de poner en práctica cualquier plan potencialmente suicida.
  


De esta forma, se decidió por solicitar el ingreso en el cuerpo de Señores de las Bestias de su ciudad. La competencia era dura y la exigencia de los maestros aún más. Como prueba de selección, los novicios eran obligados a criar un huevo de gélido hasta su eclosión. Drakaliith decidió no repetir errores y, saltándose varias reglas y repartiendo algunos venenos (idea por la cual fue felicitado posteriormente), consiguió sustraer varios libros de la Biblioteca General de las Bestias. Así fue como se informó de que los huevos debían ser enfriados y no calentados. Y su olor ocultado, ya que atraía múltiples especies que deseaban eliminar un enemigo potencial antes de que creciera (varios aspirante acabaron como acompañamiento en el plato de huevo revuelto). De igual menera, descubrió que, untándose de grasa de gélido, la cría lo reconocería como progenitor al salir del huevo. El conseguir la grasa de los almacenes del gremio costó perder un par de dagas entre las costillas de un vigilante, pero mereció la pena cuando su orgulloso "hijo" se comió a los gélidos del resto de aspirantes (y a algún aspirante también) a una orden suya.


Lógicamente el cachorro fue sacrificado en cuanto exitió la más mínima sospecha de vínculo emocional con Drakaliith. Al joven elfo no le pudo importar lo más mínimo. Ya sabía como funcionaban las cosas en el Gremio y, de hecho, había fingido un podo de afecto por el gelido, para acelerar una decisión de sus maestros que, sabía, llegaría antes o después.Sus aspiraciones ahora habían crecido. Los gélidos eran innegablemente unas criaturas imponentes y aterradoras para cualquiera que se enfrentara a ellos, pero tampoco se podía negar que fueran increiblemente estúpidos.


Primero se decantó por compensar la estupidez con mayor fuerza bruta, y comenzó a estudiar y entrenar en el Recinto de Hidras y Kharibdyss. Las monstruosas criaturas de múltiples y hambrientas cabezas se podían considerar una autentica fuerza destructiva de la naturaleza. Drakaliith se sentía embriagado por el poder que transmitían las bestias, pero no le satisfacía el reto de dominarlas solo por fuerza bruta, a base de latigazos y pinchazos, anulando cualquier atisbo de inteligencia del animal. Pero, sobre todo, le disgustaba tener que depender de otros elfos, de tener que formar equipo, para poder dirigir a la criatura. El control de la bestia debía recaer solamente en él...

De esta forma, solicitó su paso a la Casa de los Dragones, los estúdios de máximo rango para los señores de las Bestias. Las pruebas de acceso a dicho rango hicieron parecer a los demás retos una siesta con esclavos. Pero la posibilidad de entrar en contacto con una de las criaturas más poderosas del mundo le dieron la fuerza para superar todas las dificultades en las que su ingenio no era suficiente. Finalmente, obtuvo su recompensa. Las puertas de la Cámara de los Dragones se abrieron ante él y se encontró frente a frente con un majestuoso dragón negro. Drakaliith sonrió con satisfacción contemplando los poderosos músculos, los afilados dientes, el brillo inteligente de los dorados ojos... Todo ese poder, todo ese conocimiento, se doblarían a su voluntad...

..."Excelente. Una nueva mascota..."- pensó el joven dragón... 

miércoles, 16 de agosto de 2017

Warhammer: Unirse a la manada

Imagina que no encajas desde que naces. Imagina que ni tus propios padres te reconocen como hijo y te mantienen encerrado en el establo de la granja, atemorizados de que los vecinos puedan verte y acusarles de estar malditos igual que tú. No ver la luz del día hasta tener cinco años, alimentado con las sobras y sin poder lavarte mas que con el agua de lluvia. Y ahora imagínate ser golpeado e insultado por oler mal y por que tu joven cuerpo se desarrolla débil y deforme tan pobremente alimentado. Y entonces, cuando crees que la vida te puede ofrecer algo mejor, que por fin las puertas del establo se abrirán para ofrecerte ese mundo exterior, apenas vislumbrado por rendijas, susurros y tu propia imaginación, descubrir que el pago por dicho privilegio es la más atroz de las mutilaciones...   


¿Qué se puede esperar de un niño criado en el más absoluto de los aislamientos? Por supuesto que no se puede esperar que confraternice con el resto de los niños. Ni mucho menos que éstos acepten sin más a un extraño raquítico con el cuerpo lleno de vendas. Mucho menos si el pretendido niño apenas sabe hablar y se comunica con gruñidos, gritos y sonidos guturales. Y, como ha sido propio de la crueldad de los infantes para con sus iguales, cuando estos no son tan iguales, pronto se conviertirá en alguien a quien insultar, ridiculizar y golpear. ¿Por qué puede sorprender que éste llegue a su límite y se revuelva?. Que ataque con toda la furia y la rabia contenida en su malformado cuerpo y se defienda con todas sus fuerzas. ¿Es tan extraño que los maltratadores reciban parte de su propio ensañamiento? ¿Es acaso injusto que, por una vez, sean ellos los que vuelvan a casa envueltos en vendas manchadas de sangre? En este mundo es lo que parece prevalecer, y cualquier inadaptado que se defienda será enviado a un centro de castigo y reeducación. 


En estos centros se almacenan y encierran todo tipo de aberraciones. Normalmente esta solución solo consigue acentuar todos los rasgos que se quieren eliminar, en un ambiente mucho más brutal de competencia y supervivencia. Sin embargo, en algunos casos, el interno encuentra un escape a tanto salvajismo. Se ve a si mismo como algo más que el resto de bestias que lo acompañan en su enclaustramiento. Y a veces, si es afortunado, puede encontrar entre los guardias y educadores hastiados y casi tan embrutecidos como los propios internos, algún alma con optimismo y paciencia, capaz de darle cariño, cuidados y conocimientos para desenvolverse en este mundo que se encamina hacia el fin.


A veces no puede dejar de interrogarse uno a si mismo sobre el beneficio que le produce a un individuo privado de los más elementales derechos de cualquier ser sintiente el conocimiento de la existencia de estos. No se puede esperar otra respuesta más que la búsqueda de la adquisición de esos derechos, de esa vida que aprecia en sus semejantes y que le son arrebatadas y negadas. Y si le son negadas, si se le arrebata hasta la más mínima esperanza, ¿se puede esperar otra cosa más que una reacción violenta? Agredir, intentar arrebatar por la fuerza lo que se considera propio. Y la respuesta es siempre la misma: más castigo, dolor y encarcelamiento. Más barbarie en respuesta a la barbarie.

Es entonces cuando el individuo aislado, apartado de la humanidad por sus diferencias, por su cualidades únicas, encuentra en esas propias peculiaridades la razón de ser. Es cuando hace propias todas aquellas características negativas que la propia sociedad le ha otorgado. Es cuando el ya muchacho toma con orgullo todo lo que le han señalado como tacha y lo hace seña de su propia identidad. Y es entonces cuando la sociedad, sorprendentemente incrédula, reacciona con mayor agresividad intentando arrebatarle dichas señas. Nuevamente las mutilaciones de la infancia se repiten, pero el muchacho ya no es un niño. Ya no está malnutrido y débil y reacciona con furia. Y ataca con todas sus fuerzas que ya no son pocas. Y hiere, y mutila a su vez, y mata. Pero es uno solo contra muchos y al final no puede haber otra conclusión que su derrota. Arrancadas sus señas de identidad, su vida es solo perdonada para ser muestra de estudio para sabios apergaminados que no ven nada más en el muchacho que un trozo de carne para estudio. 

¿De qué puedo extrañarme pues de que acaba de verlo en mi celda por última vez? Quizás me extrañe de que haya sobrevivido a las torturas y exploraciones a las que le habrán sometido sin duda. Quizás mi sorpresa se deba a que nadie ha podido escapar jamas de los Inquisidores... Pero de ser sincero, creo que mi sorpresa se debe al propio hecho de que haya venido a visitarme, que sus últimas palabras que jamas volverán a salir de sus labios, según juró con los ojos encendidos de rabia, hayan sido un "Gracias. Ahora huya"... Sé que no tengo escapatoria. Sé que cuando llegue la manada, y llegará donde quiera que los humanos nos escondamos, el muchacho al que conocí ya no me reconocerá y posiblemente mi cráneo decore esos cuernos que ya nadie mutilará. Y no me importará, porque le hemos fallado. Le he fallado...

De los manuscritos del Padre Ambrosius, del Centro de Internamiento de Bestias Mutadas

miércoles, 21 de junio de 2017

Warhammer: Animales salvajes

Las campanas del pueblo comenzaron a repicar con fuerza. Robert apenas se sobresaltó. Desde que tenía uso de razón, su aldea había sufrido ataques de las criaturas del bosque tantas veces que no distinguía una de otras. Y siempre, año tras año, la noche del Solsticio de Invierno, la noche más larga, un ejercito enorme, como si todas las bestias celebraran alguna demoniaca festividad, se reunía para lanzar un asalto. El número y diversidad de monstruos era inconmensurable, pero, el hecho de que la aldea pudiera prepararse para la defensa y de que las propias bestias parecieran no tomarse muy en serio la batalla, ayudaban a que las bajas y la destrucción fuesen menores de lo esperado. Mayor pánico le producían a Robert los ataques sorpresivos que realizaban a lo largo del año. Grupos pequeños, partidas de caza, pero que podían atacar en cualquier momento y en cualquier lugar. Cuando se iba al arroyo por agua, al bosque por leña, mientras se cultivaba la tierra para extraerle la mísera cosecha que suponía su sustento. Incluso alguna vez, algún vecino había sido arracado de su cama mientras dormía, sin que nadie más se percatara del rapto.


Como el año anterior, Robert divisó primero a la vanguardia de Un-gors avanzando sobre los últimos árboles del bosque que rodeaba la aldea. Sabía que de momento no eran los más peligrosos. Sus pequeños arcos y lanzas necesitaban estar mucho más cerca para ser una amenaza. Más peligrosos eran los Centi-gors. Estos engendros, centauros bestiales, podían recorrer la distancia entre el bosque y la aldea en menos tiempo del que cualquier campesino necesitaba para apuntar su arco y disparar. Por fortuna, en el ataque del Solsticio, los Centi-gors iban tan borrachos que muchas veces tropezaban con sus propias patas y caían al suelo entre las risas guturales de sus compañeros.
En seguida apareció el cuerpo principal del la manada. Cientos de Gors junto a algunas decenas de acorazados Besti-gors, la élite de su raza. Si existía entre los hombres bestia algún atisbo de marcialidad y razocinio estratégico, este se encontraba en los Besti-gors, lo que unido a su fuerza animal los hacían los más peligrosos en el asalto de la noche. Robert tocó instintivamente el pomo de su espada (realmente un cuchillo largo de cocina modificado). El deseo de todos era que no se llegara al cuerpo a cuerpo. Que la manada chocara con la lluvia de flechas que pensaban lanzarles, se bloqueara con las zanjas y estacas que sembraban los alrededores de la aldea y que, con el amanecer, y cumplido el rito que siguieran por el Solsticio, regresaran al bosque. Ese era el deseo. Robert nunca lo había visto cumplido y esta vez, además, tenía un mal pálpito.

Los peores temores del campesino se cumplieron cuando una extraña niebla de tonalidades verdosas comenzó a extenderse desde el bosque. Un chamán de las bestias acudía con la manada. Robert ya había visto a uno de estos extraños hechiceros varios años atrás. Sus brujerías habían vuelto loco a Patrick, un campechano panadero que había atacado a bocados a sus compañeros y fue visto por última vez brincando tras la manada de regreso al bosque. Robert maldijo a la capital por no enviarles un hechicero residente. Según los ricachones de la ciudad, no se podían permitir mantener un mago en cada aldea, aunque bien que se podían permitir tener cientos de recaudadores e inspectores quitándoles hasta la última migaja del resultado de su sudor y esfuerzo. Sin un hechicero, la única defensa de la aldea contra la magia del chamán eran las cuatro reliquias de la ermita, de las cuales muchos dudaban en secreto que no fueran más que basura y chatarra sin valor.

La suerte estaba echada. En breve se produciría el ataque y las bestias se lanzarían como locos contra las defensas de la aldea. Sabían que su única esperanza era aguantar contra la horda hasta que salieran los primeros rayos del sol. Entonces, siguiendo sus incomprensibles costumbres, la manada regresaría al bosque con los trofeos que hubiera podido conseguir. Hasta el momento, todos los años, los aldeanos habían conseguido impedir que entraran en el poblado. Sabían que eso significaría el fin pues no dejarían piedra sobre piedra ni humano sin despedazar. Los campesinos luchaban por su supervivencia mientras que las bestias parecían hacerlo por diversión. Esa era su fuerza y Robert se daba ánimos y gritaba a sus compañeros mientras las primeras flechas empezaban a volar y los primeros Un-gors y Centi-gors borrachos comenzaban a caer. Sí, esta noche también resistirían, pensó.

Robert se permitió incluso esbozar una sonrisa cuando un grupo de Besti-gors cayo en una de las trampas y se empaló en las estacas del fondo de un foso oculto. Pero, de repente, un enorme balido se escuchó en la noche. El chamán gritaba con todas sus fuerzas en una llamada salvaje. El propio bosque comenzó a moverse y toda esperanza abandonó a Robert, que casi dejó caer su arco. Sobre las copas de los árboles más altos, tres bestiales cabezas cornudas se dirigían hacia la aldea. Doce brazos del tamaño de troncos de árboles, cuatro por cada cabeza, arrancaban cualquier obstáculo que se interpusiera en su camino.  Las Gorgonas se habían sumado al ataque por primera vez. La aldea estaba perdida...


martes, 14 de febrero de 2017

Warhammer: Día de Torneo

Philip llevaba ya despierto un par de horas cuando el sol empezó a asomar sobre las colinas que rodeaban la llanura. Había perdido la cuenta de las carretas llenas de verduras y carne que había transportado desde el carromato de su padre hasta el puesto de venta que habían conseguido cerca de la explanada de justas. Habían sido afortunados. El puesto se hallaba cerca de la zona de paso, donde muchos nobles y adinerados pasarían entre enfrentamiento y enfrentamiento, con el hambre excitada por los combates y la mente perdida rememorando el último combate. Nadie intentaría regatear mucho los precios. Philip colocó el contenido de su carreta en el puesto y regresó al carromato con la intención de comenzar a trasportar la leña necesaria para el fuego que doraría los jugosos filetes. Sin embargo, los primeros rayos de la mañana iluminaban ya los pendones y banderas que adornaban las distintas tiendas de los caballeros que habían acudido a las justas y Philip se detuvo a contemplarlos.


Infinidad de figuras, animales y monstruos míticos lucían rodeados de los más vistosos colores. Los grifos, que muchos caballeros tomaban como emblema en un claro gesto hacia el Rey, o los pegasos, montura de los más nobles y bravos,  se mostraban en gran número. Pero también se podían ver, aquí y allá, unicornios, águilas, lobos, e incluso dragones, mantícoras o sierpes. Algunos caballeros, en un gesto de humildad (falsa o no), optaban por enseñas más austeras, como espadas, estrellas o simples círculos o cuadrados. Philip preguntó una vez a su padre porqué nadie portaba el Grial en su blasón, siendo como era el símbolo de la búsqueda de los caballeros. Le contestó que él, un pobre y simple campesino no podía imaginarse el razonamiento de tan nobles individuos, pero que el fraile Bernard le comentó que, aquellos que habían contemplado el Grial eran tan puros y magníficos  que no necesitaban indicarlo con ningún símbolo mientras que aquellos que aún continuaban en la búsqueda, no se atreverían a mostrarlo so pena de ser tildados de soberbios. Eso le había contado el fraile y al padre de Philip le valió como respuesta.


En cualquier caso, la obtención de un blasón no podría estar más lejos del futuro de Philip como podrían encontrarse las estrellas del establo donde dormía todas las noches sobre la paja y la avena que utilizaban para alimentar a las bestias. Pese a todo, el muchacho, con el ímpetu y la inocencia de la juventud, se imaginaba siguiendo el camino del caballero. Si el patán de Guido había conseguido que lo aceptaran en las levas de campesinos... a Guido, sin saber contar más allá de nueve, porque le faltaba un dedo en la mano izquierda... ¿por qué no podría ser él mismo aceptado algún día como escudero por algún caballero? Philip pensaba aprovechar el torneo para ayudar lo más posible a todo aquel que lo necesitase o requiriese y mostrar todas sus virtudes y habilidades, con la esperanza de que algún joven caballero se fijase en él.


Tampoco se engañaba. Ningún caballero de alta cuna lo aceptaría nunca, pero siempre existía la posibilidad de que algún cuarto hijo que no tuviera dinero para contratar a un escudero noble o de buena cuna, lo acogiera. O algún caballero novel de cuna humilde que hubiera conseguido sus espuelas gracias a alguna victoria en algún torneo. Y una vez al servicio de un caballero, cualquier cosa podía pasar. Su padre le comentaba, cuando se atrevía a contarle sus sueños, que lo que solía pasar era que el joven campesino, inexperto y mal equipado, terminaba atravesado por la espada de cualquier bellaco o en la panza de cualquier monstruo. Pero no podía negar que en la Historia había algunos pocos que habían conseguido sobrevivir hasta que su señor lo había ordenado caballero por sus servicios. De todas formas, estos caballeros sin tierra no podían hacer más que embarcarse en la búsqueda del Grial y seguir deambulando por pueblos y ciudades y viviendo de los pagos de campesinos y nobles por sus gestas, generalmente, liberándolos de engendros y abominaciones. Que se supiera, ninguno de los bendecidos con la visión del Grial había nacido entre cerdos y vacas, ni dormía entre ellos de joven. Pero a Philip eso no le preocupaba.

La colleja lanzada por su padre sacó a Philip de sus ensoñaciones. Aún quedaban muchas carretas que transportar y, si quería aprovechar el día para hacerse ver, necesitaría descansar un poco. Ningún caballero querría un escudero al que le temblaran las piernas o se quedara dormido...