(Post Original 20/7/2010)
La enorme Luna ascendía sobre los árboles, solitaria y resplandeciente de plata, sin rastro de su verde gemela malvada. A'durut intentaba relajarse ante la inminente ceremonia. Pero no lo lograba. Cien ciclos del Sol sobre las Estrellas habían pasado ya y, según las costumbres de la tribu, era hora ya de que su lugar en ella quedara establecido.
--"Cien Veranos son mucho tiempo de espera"...
--¿Qué es un siglo para la vida de un Roble?-- La voz de su padre, entrelazada con sus propios pensamientos, sorprendió a A'Durut. El veterano Forestal le sonreía.-- Todo llega cuando es su momento. Las flores no brotan en otoño.
-- Cierto es, padre, pero estoy nervioso. ¿Qué esperará el bosque de mí? ¿Y si no soy Forestal como vos?
--Seas lo que seas, estaremos orgullosos de ti, hijo. Ser Forestal es ser uno con el Bosque. Pero no es mejor ni peor que sentir la furia de la Tierra en la sangre, como los seguidores de Kournos, o que servir como canal a su Poder, como los Cantores... Todo tiene su lugar y su misión. ¿Acaso crecen plumas cuando el cabello es cortado?. El Bosque sabe lo que necesita, y eso es lo que serás. Pero escucha, los tambores ya llaman.
Se encaminaron hasta el Claro, donde su tribu ya lo esperaba. Junto al gran roble que crecía en el centro, los Cantores de los Árboles usaban su magia para llamar al mayor espíritu del Bosque. Los Bailarines Guerreros, comenzaron su danza al ritmo de los tambores. Sus fibrosos cuerpos llenos de tatuajes, los de ellos y los de ellas. Mortales en cualquier movimiento. Ellos y ellas...
Su madre apareció con su armadura de combate, flanquedad por el estandarte de la tribu y su fiel montura Q'tul, que agitaba su cola nervioso. El momento había llegado.
Los Bailarines aceleraron su danza mientras sus tambores incrementaban su cadencia. De repente, silencio. Los atléticos elfos se inmovilizaron en las más extrañas posiciones. Un gran crujido resonó en el claro y una sueve luz verde se derramó desde el interior del gran roble por la grieta origen del crujido. El hueco se ensanchó y del interior del viejo árbol, un gigante, acompañado de dos furiosos perros, emergió del interior.
-"Duerme"-- fue la única palabla que pronunció el gran Dios Orión, y fue la última ocasión en que A'durut lo vio por muchos siglos...
Pero en ese instante, el joven elfo solo sintió que todo se desvanecía a su alrededor. Todo no. El bosque ardía con más vida que todo lo demás. Era él el que es estaba desvaneciendo el la inmensidad del Todo. Y libre de su atadura mortal, se extendió por la foresta. Y sintió a cada una de las vidas, grandes y pequeñas, que corrían, vivían y morían en un ciclo infinito en un verde tapiz de innumerables joyas. Y entre todos los destellos, pequeñas gemas verdes destelleaban con fuerza... Guardianes del Bosque... la Guardia Eterna. Los Elfos Silvanos... y separados de todos, confundiéndose con el verde oscuro del mismo bosque, el brillo de los Forestales. Pero el alma de A'durut no se detuvo con ellos. Rojas gemas llamaron su atención. Los jinetes, los jinetes salvajes de Kornous en su caza eterna. La ira de la Tierra encarnada. Siendo uno con sus caballos. A'durut se vio a sí mismo, pero no contempló ningún destello en él. Ni verde ni encarnado. ¿Qué quería el Bosque?. Su ser se siguió expandiendo por el tapiz, dejando atrás las gemas, alejándose a la vez que hundía en él. Contemplando la urdidumbre del Mundo. Los espiritus del bosque. Las Driades, los Arbóreos... los venerables Hombres Árbol. Y más antiguos aún, Naturaleza encarnada, los Dragones forestales. A'durut los veía como un pequeño tejido dentro del gran tapiz, con sus propias gemas, su propia urdidumbre. Pero su espíritu no se quedo allí tampoco, y continuó ascendiendo. Y vió con horror que el tapiz vivo se rompía. Y vió gemas oscuras, que no brillaban sino que consumían luz: las razas menores. Y en los bordes del tapiz, nudos. El Caos en esencia pura. El alma de A'durut sufría con cada nudo del tapiz, con cada ruptura. Su espíritu se desgajaba y retorcía en una agonía sin fin... hasta que el Bosque lo volvió a acoger en su seno... y contempló como los nudos se deshacían. Las fracturas se reentrelazaban...y reconoció a los Cantores de Árboles en su eterno trabajo.
Y fue entonces cuando, sintiéndose uno con el Bosque, se encontró arrojado hacia el cielo. Y vió la tierra bajo sus alas. Y sintió el viento en el rostro. Y subió y subió, hasta que el mundo sólo fue una bola azul y verde. Y se sintió feliz...
--"Tú destino ha sido decidido. El Bosque ha hablado".-- A'durut abrió los ojos y sonrió mientras un gran Halcón, más alto que su padre, aterrizaba frente a él, mirándole fijamente con sus dorados ojos...
(Escrito, con menos tiempo del deseado, un día cualquiera... Esta va por ti Gran Señor del Altozano)
La enorme Luna ascendía sobre los árboles, solitaria y resplandeciente de plata, sin rastro de su verde gemela malvada. A'durut intentaba relajarse ante la inminente ceremonia. Pero no lo lograba. Cien ciclos del Sol sobre las Estrellas habían pasado ya y, según las costumbres de la tribu, era hora ya de que su lugar en ella quedara establecido.
--"Cien Veranos son mucho tiempo de espera"...
--¿Qué es un siglo para la vida de un Roble?-- La voz de su padre, entrelazada con sus propios pensamientos, sorprendió a A'Durut. El veterano Forestal le sonreía.-- Todo llega cuando es su momento. Las flores no brotan en otoño.
-- Cierto es, padre, pero estoy nervioso. ¿Qué esperará el bosque de mí? ¿Y si no soy Forestal como vos?
--Seas lo que seas, estaremos orgullosos de ti, hijo. Ser Forestal es ser uno con el Bosque. Pero no es mejor ni peor que sentir la furia de la Tierra en la sangre, como los seguidores de Kournos, o que servir como canal a su Poder, como los Cantores... Todo tiene su lugar y su misión. ¿Acaso crecen plumas cuando el cabello es cortado?. El Bosque sabe lo que necesita, y eso es lo que serás. Pero escucha, los tambores ya llaman.
Se encaminaron hasta el Claro, donde su tribu ya lo esperaba. Junto al gran roble que crecía en el centro, los Cantores de los Árboles usaban su magia para llamar al mayor espíritu del Bosque. Los Bailarines Guerreros, comenzaron su danza al ritmo de los tambores. Sus fibrosos cuerpos llenos de tatuajes, los de ellos y los de ellas. Mortales en cualquier movimiento. Ellos y ellas...
Su madre apareció con su armadura de combate, flanquedad por el estandarte de la tribu y su fiel montura Q'tul, que agitaba su cola nervioso. El momento había llegado.
Los Bailarines aceleraron su danza mientras sus tambores incrementaban su cadencia. De repente, silencio. Los atléticos elfos se inmovilizaron en las más extrañas posiciones. Un gran crujido resonó en el claro y una sueve luz verde se derramó desde el interior del gran roble por la grieta origen del crujido. El hueco se ensanchó y del interior del viejo árbol, un gigante, acompañado de dos furiosos perros, emergió del interior.
-"Duerme"-- fue la única palabla que pronunció el gran Dios Orión, y fue la última ocasión en que A'durut lo vio por muchos siglos...
Pero en ese instante, el joven elfo solo sintió que todo se desvanecía a su alrededor. Todo no. El bosque ardía con más vida que todo lo demás. Era él el que es estaba desvaneciendo el la inmensidad del Todo. Y libre de su atadura mortal, se extendió por la foresta. Y sintió a cada una de las vidas, grandes y pequeñas, que corrían, vivían y morían en un ciclo infinito en un verde tapiz de innumerables joyas. Y entre todos los destellos, pequeñas gemas verdes destelleaban con fuerza... Guardianes del Bosque... la Guardia Eterna. Los Elfos Silvanos... y separados de todos, confundiéndose con el verde oscuro del mismo bosque, el brillo de los Forestales. Pero el alma de A'durut no se detuvo con ellos. Rojas gemas llamaron su atención. Los jinetes, los jinetes salvajes de Kornous en su caza eterna. La ira de la Tierra encarnada. Siendo uno con sus caballos. A'durut se vio a sí mismo, pero no contempló ningún destello en él. Ni verde ni encarnado. ¿Qué quería el Bosque?. Su ser se siguió expandiendo por el tapiz, dejando atrás las gemas, alejándose a la vez que hundía en él. Contemplando la urdidumbre del Mundo. Los espiritus del bosque. Las Driades, los Arbóreos... los venerables Hombres Árbol. Y más antiguos aún, Naturaleza encarnada, los Dragones forestales. A'durut los veía como un pequeño tejido dentro del gran tapiz, con sus propias gemas, su propia urdidumbre. Pero su espíritu no se quedo allí tampoco, y continuó ascendiendo. Y vió con horror que el tapiz vivo se rompía. Y vió gemas oscuras, que no brillaban sino que consumían luz: las razas menores. Y en los bordes del tapiz, nudos. El Caos en esencia pura. El alma de A'durut sufría con cada nudo del tapiz, con cada ruptura. Su espíritu se desgajaba y retorcía en una agonía sin fin... hasta que el Bosque lo volvió a acoger en su seno... y contempló como los nudos se deshacían. Las fracturas se reentrelazaban...y reconoció a los Cantores de Árboles en su eterno trabajo.
Y fue entonces cuando, sintiéndose uno con el Bosque, se encontró arrojado hacia el cielo. Y vió la tierra bajo sus alas. Y sintió el viento en el rostro. Y subió y subió, hasta que el mundo sólo fue una bola azul y verde. Y se sintió feliz...
--"Tú destino ha sido decidido. El Bosque ha hablado".-- A'durut abrió los ojos y sonrió mientras un gran Halcón, más alto que su padre, aterrizaba frente a él, mirándole fijamente con sus dorados ojos...
(Escrito, con menos tiempo del deseado, un día cualquiera... Esta va por ti Gran Señor del Altozano)
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