martes, 21 de julio de 2015

Warhammer: El Tapiz de deshilacha

Dulath continuaba bajo el viejo roble en la misma posición en la que se sentó hacía ya muchos días. Varios Forestales se habían ido turnando en su vigilancia para salvaguardar al reputado Cantor de Árboles. Los casi invisibles elfos, camuflados bajos sus capas de hojas entrelazadas realizaban su vigilia más como muestra de respeto que por la seguridad de Dulath. En el mismo corazón del bosque, los Forestales sabían que ningún enemigo podría acechar al Cantor y ningún peligro asaltarle. Los motivos de Dulath para tan largo periodo de meditación y aislamiento eran desconocidos para todos los elfos del bosque, aunque sabían que algo grave preocupaba al sabio Cantor. No obstante, también sabían que fuera lo que fuese, si Dulath no podía enfrentarse a ello y solucionarlo, no habría más camino que aceptarlo como el destino, como una parte del Tapiz de una única hebra, sin posibilidad de entrecruzarse con otras y llevar a otro sendero. Inevitable y, por tanto, motivo inútil e innecesario de preocupación.

Dulath no era ajeno a los pensamientos de sus hermanos del bosque, no obstante, precisamente por su mayor conocimiento y comprensión del Tapiz, no compartía la resignada tranquilidad de sus congéneres.  Recorriendo con su pensamiento los hilos de vida y muerte, pasado y futuro que se entrelazaban en el Tapiz, el Cantor no se encontraba con la hebra unificada de destino ineludible que el resto de los elfos de su bosque presuponían le perturbaba. Lo que Dulath observaba eran zonas deshilachadas, hebras cortadas y arrancadas, vidas que se interrumpían abruptamente, eliminados todos sus futuros posibles, futuros retorcidos y enmarañados con pasados, ocurriendo antes de su momento. Haciendo uso de toda su voluntad, el Cantor fue alejándose cada vez más de su propio hilo, intentando ver el conjunto del Tapiz. Era una acción arriesgada, pues no pocos de los suyos, al intentar observar la grandiosidad de la complejidad del Tapiz se habían alejado tanto que habían perdido el contacto con el hilo de su propia existencia, siendo incapaces por tanto de volver a ser en el mundo material.

Cuando Dulath consideró demasiado arriesgado continuar, se detuvo y se concentró en intentar ver el Gran Patrón del Todo. Si en su estado tuviera un corazón material, sin duda habría dejado de latir frente a la apocalíptica visión que se encontraba frente a él. Lo que había considerado una ruptura del Tapiz alrededor de su existencia y la de sus congéneres se extendía a lo largo y ancho del Todo. Apenas algunos núcleos entretejidos mantenían el orden mientras todo se deshilachaba, se retorcía y se descomponía, como si el Tapiz fuese una vieja alfombra enferma por la humedad y la descomposición. El Cantor se centró a esos núcleos y observó cómo parecían luchar por retejer el Tapiz. Con precaución e intentando mantener el hilo de su existencia bien asegurado, Dulath se acercó al núcleo más cercano.

Los hilos se mostraban tensos y resistentes, sus extremos fuertemente anudados al principio y a la tierra. No se sorprendió al descubrir que estaba viendo Milenarios Hombres Árbol. Sus ancestrales aliados jamás permitirían que el desorden y el caos se apropiaran del Tapiz. Sin embargo, Dulath no podía dejar de apreciar que apenas quedaban de estos robustos hilos. Quedaban tan pocos de los antiguos señores de los bosques… Siglos, milenios de batallas habían ido diezmándolos, royendo poco a poco la urdimbre del Tapiz. Aun así, resistían, ayudados por otros fuertes hilos, espíritus del bosque, espíritus de las aguas y de los cielos, espíritus de las rocas. Y un poco más allá, el cantor percibió a sus hermanos de más allá de las costas. Un pequeño parche del tapiz, antiguo, muy antiguo, que no solo parecía luchar por reconstruir el Tapiz, sino que, más que expandir el orden, parecía absorber en su interior aquello que fuese que estaba enfermando el tejido de la existencia. A su alrededor, aquí y allá, el Tapiz no se reentretejía tal y como como se anudaba de nuevo a los hilos de los Espíritus del Bosque, sino que volvía a surgir hermoso y ordenado en su inmensa complejidad, como si nunca hubiera sido de otra forma. El Vórtice, entendió Dulath.

El Cantor intentó aportar su fuerza al Vórtice, ayudar en su infinita tarea, sin embargo, al intentar acercarse, el impacto del puro Caos le golpeó. Su mente se llenó de imagenes en las que las hebras del Tapiz se descomponían en pura podredumbre, deshaciendose. O se anudaban unas con otras intentando sobresalir y apagar a las demás, aunque consiguiendo en el fondo estrangularse ellas mismas. Allá, el Tipiz cambiaba continuamente, firmes nudos se encontraban agarrando el vacio, con hebras que se transformaban en luces iridiscentes. Y proveniendo de los bordes del Tapiz infinito, avanzando desde todas las direcciones posibles, un fuego imparable que consumía todo, dejando tras de si la Nada... Lagrimas inexistentes de impotencia bañaron el rostro espiritual de Dulath. Miró hacia atrás y vio como el hilo que lo unia a la Realidad ardía y se volvía cenizas. Y, apagada la llama de su espíritu, no le importó, mientras se desvanecía en la Nada...

En el bosque, bajo el viejo roble, los forestales lloraban en silencio ante el cascarón vacío del Cantor sabiendo que el Fin también les aguardaba a ellos...

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