miércoles, 18 de marzo de 2015

Warhammer: La Triste Epopeya de Reivaj

(Post Original 20/07/2010) 

(Estas historias pertenecen al transfondo que hubo que entregar al final de cada partida en una Campaña que se jugó en la tienda. Disculpad a este yo mucho más joven :P)

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Por mucho que jurasen sus primos de Varak- Dur, el interior
de ese horrible monstruo de metal al que llaman barco no se parecía en nada a una acogedora caverna enana. No , ni las columnas imitando a la dura roca, ni los suelos de pulimentada piedra conseguían hacer olvidar al Señor de los Enanos, Reivaj ur Matak, el insoportable vaivén que las enormes olas producían en el imponente barco a vapor llamado “Martillo del Mar”.

-- “No sé cuanto aguantaré sin sentir el suelo firme bajo mis pies”—pensó taciturno – “Desde que partimos de Barak-Varr este maldito barco no ha dejado de dar bandazos. Y esta endemoniada niebla, que no permite ver más allá del final de tu propio brazo tampoco es de mucha ayuda”.

Habían transcurrido ya bastantes días desde la partida del Puerto de los Enanos. Conseguir el “Martillo del Mar” resultó tarea sencilla. El hecho de ser un importante Señor de los Enanos, de ir acompañado de un pequeño ejercito, y de tener algunas cuentas pendientes con un maestro armador, hizo que las cosas se solucionaran sin ninguna complicación inesperada. Más difícil resultó obtener información sobre esa maldita isla de la que todos parecían saber algo, pero nadie confesaba nada. Finalmente se encontraron con varios nobles del Imperio que intentaban conseguir algunos barcos para un “viaje de placer”. Afortunadamente, la resistencia a la cerveza Bugman de los Humanos jamás se ha podido comparar a la de los Enanos y, al final de la noche, Reivaj ya poseía bastante información sobre la isla de Albión y sus fabulosos tesoros. Tanta que, sin pensar en el riesgo que pudieran correr los desiertos salones de su reino subterráneo, se rodeó de sus mejores Enanos y se embarcó con destino a la Isla Misteriosa.

* * * * * * *

-- Mi Señor, se ha divisado tierra.

Reivaj no dejaba de sorprenderse de cómo Olaff Gobbrokerssen, su Jefe de Montaraces era capaz de mantener el equilibrio con tanta facilidad sobre su pata de palo. Sin embargo, no tenía la menor duda de que la idea de pisar por fin tierra atraía tanto a su fiel montaraz como a él mismo.

- "Bien, viejo amigo,"-- le contesto con una sincera sonrisa—"convoca a algunos guerreros y prepara el desembarco."
-- "Señor, si no tenéis inconveniente, desearía contar con mi unidad de montaraces."
--"¿Hay algo de lo que no me habéis informado?"—el hecho de que su jefe de Montaraces precisara de su unidad para un simple desembarco preocupó ligeramente al Señor de los Enanos.
--"Nada que os deba preocupar, mi Señor"—alegó el montaraz alzando la ceja de su ojo sano—"Algunos pielesverdes que han tomado la orilla..."
--"Demonios"—gruñó Reivaj, visiblemente disgustado—"Si mis obligaciones no me impidieran bajar con vosotros... Tanta inactividad me está volviendo loco. Y ya tengo ganas de afilar mi hacha con algún Grobi."

A los pocos minutos, el eficiente Olaff tenía dispuestas sus tropas y cinco barcazas de desembarco se dirigían resueltamente hacia la orilla, atravesando el turbulento mar que rodeaba la guardada isla de Albión. Desde la cubierta del “Martillo del Mar”, Reivaj suplicaba a los dioses que la niebla se levantara para poder contemplar la batalla. Al perecer Grimni lo escuchó, pues un titubeante Sol se asomó entre las nubes tormentosas y en breve, los guerreros que permanecían a bordo gritaban al contemplar las fuerzas pielverde de la orilla.

-- "Un lanzavirotes, una catapulta y una de esas máquinas que arrojan Grobis. De apoyo apenas una decena de Orcos"— Elrik Kharazssen, Guardaespaldas personal de Reivaj, pasó lista a las tropas enemigas, con un cierto tono despreciativo.
-- "Nuestro fiel Olaff se va a divertir bastante poco, me temo"—replicó el Señor de los Enanos.

Como si se quisieran confirmar sus palabras, un Goblin volador cayó muy lejos de las barcas, para no volver a salir del ondulante mar. A continuación, un enorme estruendo informó de que la catapulta orca se había destruido a sí misma. Las enormes risotadas de los Enanos que acompañaban a Reivaj en la cubierta del barco animaron a sus compañeros, que remaron con mayor ímpetu para alcanzar la orilla. Un par de barcas se estrellaron con las traicioneras rocas que protegían la costa, pero estaban ya cerca de la orilla la cual alcanzaron a nado casi todos sus ocupantes. Junto a ellos, el resto de las barcas tomó tierra y, encabezados por Olaff, furibundos y vociferantes Enanos se abalanzaron sobre la infantería Orca.

--"Bien."—El Señor de los Enanos se giró y se encaminó a su camarote—"Elrik, ordena que acerquen este barco lo más posible a la orilla y que todos que se preparen para desembarcar. Vamos a ver que nos esconde esta maldita isla... "

* * * * * *

Alerik Arokssen fue jefe de dotación de un lanzavirotes, al igual que su padre, que el padre de su padre y que el padre de éste. Por tanto, nadie dudaba que era cosa del destino que los dos hijos de Alerik, Grom y Strom, estuvieran aquella brumosa mañana en lo alto de un pequeño promontorio en las costas de Albión al mando de sus lanzavirotes. La misión que tenían, en compañía de una catapulta y cuatro ballesteros era de esas que pocos guerreros agradecían: servir de retaguardia al grueso del ejercito. Jamás se podía saber que ocurriría en estas situaciones. Tanto podía resultar un autentico aburrimiento si nadie atacaba (y tampoco se podía beber para pasar el rato estando de servicio); como podía ser un simple suicidio, si el enemigo era muy numeroso, pues poco podría hacer tan débil defensa frente a un ejercito organizado.

-- “Si por lo menos se hubiera dispuesto de tiempo para colocar algunas runas”—pensó Grom. No sabía por qué, pero tenía una mala corazonada desde que vio partir al grueso de la tropa.--"¡Podría aparecer alguno de esos Grobi con alas para practicar la puntería."

La broma del ballestero hizo reír a los enanos, sin embargo Grom no conseguía relajarse. Podía tener que enfrentarse a algo más duro que los pieles verdes. Aquellos cuya pericia reconocida en el mar les permitiría desembargar gran número de tropas. Aquellos cuyo odio hacia los enanos era tan profundo como recíproco. Aquellos cuya pericia con el arco podría causarles problemas desde la playa. Aquellos malditos...

--"¡¡Elgis!! ¡¡Barcas Elgis a la vista!!"—El grito del oteador de la catapulta confirmó los peores temores de Grom.

Rápidamente, todas las dotaciones empezaron a preparar sus máquinas para atacar en cuanto las barcas estuvieran a tiro. Grom verificaba la tensión de las cuerdas de su lanzavirote cuando un grito desgarrado a su izquierda le hizo sobresaltarse. Un miembro de la dotación de la catapulta yacía ensangrentado junto a la roca que le había golpeado al soltarse de su soporte.

-- “Esto no ha empezado bien”—se lamentó Grom mientras recordaba con ansiedad las runas de protección que no estaban grabadas en la catapulta.

El nerviosismo cundió entre los Enanos que no consiguieron acertar a las barcas elfas, cada vez más cercanas a la orilla. Un rayo de esperanza brilló brevemente cuando una de las embarcaciones se estrelló contra una de las rocas, pero desapareció tan fugazmente como surgió cuando media decena de barcas tocaron tierra y más de una treintena de elfos tomaron posiciones en la playa. Cualquier atisbo de victoria desapareció de la mente de Grom cuando otro miembro de la dotación de la catapulta salió despedido por el golpe de una cuerda rota. Su último compañero maldecía entre dientes mientras intentaba arreglar la máquina.

-- “No creo que consiga disparar ese maldito trasto”—pensó amargamente Grom mientras se guarecía de la lluvia de flechas elfas.

Ninguna de las saetas impactó contra ningún enano, lo que hizo sonreír a sus compañeros de dotación. Grom no sonrió, sabía mejor que sus jóvenes compañeros que los Elgis no eran estúpidos y si no podían vencerles a distancia los vencerían por el propio peso del número. En ese momento supo que no volvería a ver los salones de piedra de su hogar. Mas para su sorpresa no le importó. Decidió que su batalla sería recordada en las canciones del Clan y que eso era suficiente para morir satisfecho. Así que apuntó su lanzavirotes al elfo más emplumado de las fuerzas atacantes y lo ensartó clavándolo en la arena. A su lado, el solitario miembro de la dotación de la catapulta consiguió arrojar una nueva roca. No golpeó a ningún elfo, pero Grom se sintió orgulloso de pertenecer al mismo Clan que él. Apenas tuvo tiempo de pensar nada más, pues los atacantes ya habían arrasado la pequeña resistencia de los cuatro ballesteros, por lo que ordenó a sus compañeros que se prepararan para defenderse cuerpo a cuerpo. El choque fue brutal, pero los enanos consiguieron rechazar la primera embestida, eliminando a varios de los sorprendidos elfos. Sin embargo, la superioridad numérica pronto empezó a decantar la batalla. Grom observó con el rabillo del ojo, mientras su armadura le salvaba por tercera vez de ser atravesado por una daga, coma varios Elgis derribaban al valiente catapultero y dirigían sus esfuerzos contra su hermano Strom, que defendía con arrojo su lanzavirotes entre los cuerpos caídos de sus compañeros y de los, aún más numerosos, cuerpos de sus enemigos.

-- “Por Grimni, que grandes canciones se harán”—pensó Grom, mientras su mazo golpeaba a su quinta victima. El brazo cada vez le pesaba más, pero pensaba que aún le quedaba fuerza para varios elfos más.

Sin embargo, el grito de agonía de su hermano, entremezclados con las ordenes impartidas entre los nuevos elfos que se sumaban a su combate le hicieron perder momentáneamente la concentración. Conseguía defenderse, pero no conseguía atacar. Bien, era el último. Iba a ser el Enano que luchó solo hasta la última gota de sangre en el fabuloso Cantar de la Isla de Albión. El último. Que luchó solo. Hasta la muerte. De repente un escalofrío de comprensión cruzó su ser. Era el último y cuando muriera no quedaría nadie. Ningún testigo. Nadie que pudiera contar su gesta. Nadie que escribiera una canción sobre ella. Nadie que le recordara... Finalmente soltó una gran risotada:

-- ¡¡Que Grimni cante mi historia al resto de los Dioses!!.—gritó mientras su mazo eliminaba a otro elfo. Después se sumergió en la oscuridad mientras era atravesado por tres dagas elfas.

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