“Honrarás a tus ancestros”. El joven Erik Gundalfson había
escuchado una y mil veces el viejo precepto en sus escasos ciento cincuenta años. Los Enanos tienen poca
descendencia, por ello, aunque vivan largo tiempo, realmente no tienen muchos
ancestros, limitándose muchas veces a la cadena padre-hijo, sin apenas contar
con tíos o primos. La familia de Gundalfson era una de éstas hasta el nacimiento de su tío Thron. Gundalf
Snorekson, el padre de Erik, era un afamado Rompehierros del Karak, y la fuente
principal de las historias sobre los ancestros que Erik debía honrar. El
guerrero acorazado, al que su hijo veía pocas veces, y menos aún sin su
elaborada armadura, aprovechaba cada momento que su trabajo en las simas más
profundas de la ciudad le dejaba para tomarse una buena cerveza con su hijo.
Pronto la conversación pasaba de los entrenamientos de Erik en la guardia de la
ciudad a las batallas de su padre contra los seres que acechaban en las
oscuridades abisales: seres ratas, nefandos gobbos y cosas peores, alimañas
mutadas, casi ciegas y con un apetito voraz, alimentado por largos periodos de
ayunas en las despobladas profundidades. Y eso sin contar con los
derrumbamientos, los ríos de lava que se abrían de improviso bajo los pies del
enano descuidado y las malditas vetas de piedra bruja. Magia pura corrompiendo la piedra, sin las
ataduras de las runas debidas.
Gundalf contaba con todo lujo de
detalle sus aventuras junto a los Dracohierros, cuyas descargas de fuego
servían tanto para despejar los túneles de enemigos, como para preprocesar los metales extraídos de las profundidades en
más manejables lingotes, a modo de fundición móvil. Pronto la conversación,
como en cualquier buen enano que se precie, se desviaba hacia los metales, las
piedras preciosas, sus colores, sus brillos y su valor. No obstante, algunas
veces el hermano de Guldalf, Thron, también los acompañaba. Erik no sabría decir
si era más raro el tener un tío, o que ese misto tío fuese uno de los
extravagantes enanos que preferían el espacio abierto fuera de las montañas. Thron,
el tío de Erik, era piloto de un girobombardero. Sus parientes lo miraban con
asombro cuando les hablaba de las impresionantes vistas de las montañas vistas
desde las alturas, de las velocidades que era capaz de adquirir para
desplazarse a donde sus bombas mortales pudieran desequilibrar la batalla. De
la potencia que transmitían el seguro motor y el rugido de las aspas al girar.
Erik y su padre pocas veces habían salido al exterior, pero aunque fueran tan diferentes, los tres enanos compartían el inmenso
respeto que profesaban hacia Sroken, padre de Gundalf y Thron y abuelo de Erik,
y Herrero Rúnico de la Ciudad.
Sroken Olafson, era quizás uno de
los enanos más cascarrabias, quisquillosos y perfeccionistas del Karak, lo que es mucho
decir entre los de su raza, pero también un orgulloso padre y abuelo. Aunque
siempre crio a su descendencia con disciplina férrea, también era generoso en sus
felicitaciones ante un buen trabajo y pronto en alabar y defender a su familia frente a cualquiera que se atreviera a realizar el más mínimo
comentario despectivo, o que simplemente así se lo pareciera al viejo Herrero. Últimamente
se encontraba enfrascado en la recuperación y reforja de una ancestral runa
encontrada en una de las salas reconquistadas recientemente a los gobbos. Su
familia llevaba meses sin ver su larga barba, pero estaban seguros de que
conseguiría completar su tarea y brindaron por ello.
Y también recordaron al Bisabuelo
Olaf Tharenson, el MataManticoras. A nadie se le ocurriría ni siquiera plantear el porqué Olaf realizó el juramento de los Matadores, pero lo
cierto es que la cresta partida del Matador (por un
zarpazo de Manticora) era reconocida y reverenciada por todo el Clan y, aunque
un Matador jamás consideraría que su deuda había sido zanjada antes de su
muerte, el resto de enanos ya lo consideraban un ejemplo de honor, lealtad y de
enanicidad mucho antes de que encontrara su muerte gloriosa. En su final, acabó con un
Gran Demonio que lo estaba esperando en la cueva de una Mantícora, a la que
había manipulado para que atacara caravanas
del Clan, y así poder atraer al famoso Matador.
Así se podían pasar la noche,
entre cervezas y recuerdos de las hazañas del bisabuelo Olaf, o del tatarabuelo
Tharen, Guardia de Martilladores del Rey Raffenson, o del venerable Glofand,
que llegó a los cuatrocientos años y se dirigía a los Barbasblancas llamándolos “muchachos”…
Tantos y tan dignos ancestros. Tan fáciles de honrar. Lo difícil era estar a su
altura y que ellos estuvieran orgullosos de él. Así lo dijo Erik y así le
contestó su padre mientras le daba un palmetazo en la espalda que habría derribado
más de un árbol. “Pues esfuérzate y sigue su ejemplo”. Y brindaron por sus
antepasados una vez más. Por Sroken. Por Olaf. Por Tharen. Por Golfand. Y por
muchos más y porque fueran dignos de estar con ellos cuando también pasaran al Mundo de
los Ancentros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario