miércoles, 18 de marzo de 2015

Warhammer: Bajo la mirada de los ancestros



“Honrarás a tus ancestros”. El joven Erik Gundalfson había escuchado una y mil veces el viejo precepto en sus escasos ciento cincuenta años. Los Enanos tienen poca descendencia, por ello, aunque vivan largo tiempo, realmente no tienen muchos ancestros, limitándose muchas veces a la cadena padre-hijo, sin apenas contar con tíos o primos. La familia de Gundalfson era una de éstas hasta el nacimiento de su tío Thron. Gundalf Snorekson, el padre de Erik, era un afamado Rompehierros del Karak, y la fuente principal de las historias sobre los ancestros que Erik debía honrar. El guerrero acorazado, al que su hijo veía pocas veces, y menos aún sin su elaborada armadura, aprovechaba cada momento que su trabajo en las simas más profundas de la ciudad le dejaba para tomarse una buena cerveza con su hijo. Pronto la conversación pasaba de los entrenamientos de Erik en la guardia de la ciudad a las batallas de su padre contra los seres que acechaban en las oscuridades abisales: seres ratas, nefandos gobbos y cosas peores, alimañas mutadas, casi ciegas y con un apetito voraz, alimentado por largos periodos de ayunas en las despobladas profundidades. Y eso sin contar con los derrumbamientos, los ríos de lava que se abrían de improviso bajo los pies del enano descuidado y las malditas vetas de piedra bruja.  Magia pura corrompiendo la piedra, sin las ataduras de las runas debidas.



Gundalf contaba con todo lujo de detalle sus aventuras junto a los Dracohierros, cuyas descargas de fuego servían tanto para despejar los túneles de enemigos, como para preprocesar los metales extraídos de las profundidades en más manejables lingotes, a modo de fundición móvil. Pronto la conversación, como en cualquier buen enano que se precie, se desviaba hacia los metales, las piedras preciosas, sus colores, sus brillos y su valor. No obstante, algunas veces el hermano de Guldalf, Thron, también los acompañaba. Erik no sabría decir si era más raro el tener un tío, o que ese misto tío fuese uno de los extravagantes enanos que preferían el espacio abierto fuera de las montañas. Thron, el tío de Erik, era piloto de un girobombardero. Sus parientes lo miraban con asombro cuando les hablaba de las impresionantes vistas de las montañas vistas desde las alturas, de las velocidades que era capaz de adquirir para desplazarse a donde sus bombas mortales pudieran desequilibrar la batalla. De la potencia que transmitían el seguro motor y el rugido de las aspas al girar. Erik y su padre pocas veces habían salido al exterior, pero aunque fueran tan diferentes, los tres enanos compartían el inmenso respeto que profesaban hacia Sroken, padre de Gundalf y Thron y abuelo de Erik, y Herrero Rúnico de la Ciudad.
 
Sroken Olafson, era quizás uno de los enanos más cascarrabias, quisquillosos y perfeccionistas del Karak, lo que es mucho decir entre los de su raza, pero también un orgulloso padre y abuelo. Aunque siempre crio a su descendencia con disciplina férrea, también era generoso en sus felicitaciones ante un buen trabajo y pronto en alabar y defender a su familia frente a cualquiera que se atreviera a realizar el más mínimo comentario despectivo, o que simplemente así se lo pareciera al viejo Herrero. Últimamente se encontraba enfrascado en la recuperación y reforja de una ancestral runa encontrada en una de las salas reconquistadas recientemente a los gobbos. Su familia llevaba meses sin ver su larga barba, pero estaban seguros de que conseguiría completar su tarea y brindaron por ello.


Y también recordaron al Bisabuelo Olaf Tharenson, el MataManticoras. A nadie se le ocurriría ni siquiera plantear el porqué Olaf realizó el juramento de los Matadores, pero lo cierto es que  la cresta partida del Matador (por un zarpazo de Manticora) era reconocida y reverenciada por todo el Clan y, aunque un Matador jamás consideraría que su deuda había sido zanjada antes de su muerte, el resto de enanos ya lo consideraban un ejemplo de honor, lealtad y de enanicidad mucho antes de que encontrara su muerte gloriosa. En su final, acabó con un Gran Demonio que lo estaba esperando en la cueva de una Mantícora, a la que había manipulado para que atacara caravanas del Clan, y así poder atraer al famoso Matador.



Así se podían pasar la noche, entre cervezas y recuerdos de las hazañas del bisabuelo Olaf, o del tatarabuelo Tharen, Guardia de Martilladores del Rey Raffenson, o del venerable Glofand, que llegó a los cuatrocientos años y se dirigía a los Barbasblancas llamándolos “muchachos”… Tantos y tan dignos ancestros. Tan fáciles de honrar. Lo difícil era estar a su altura y que ellos estuvieran orgullosos de él. Así lo dijo Erik y así le contestó su padre mientras le daba un palmetazo en la espalda que habría derribado más de un árbol. “Pues esfuérzate y sigue su ejemplo”. Y brindaron por sus antepasados una vez más. Por Sroken. Por Olaf. Por Tharen. Por Golfand. Y por muchos más y porque fueran dignos de estar con ellos cuando también pasaran al Mundo de los Ancentros.   


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