Kromtar se sentó en su trono de pieles y huesos de bestias imposibles y se dispuso a recibir la rendición del campeón de un pueblo cuyo nombre ni conocía ni le importaba. Mientras el pobre desgraciado hacías equilibrios para alabar al conquistador pero sin perder su orgullo e intentar destacar sus méritos y los de su tribu (con riesgo de ofender al alabado conquistador y perder la cabeza en el proceso), Kromtar se permitió el lujo de perderse en sus recuerdos. Regresó a un tiempo ya muy lejano en el que un chaval de una tribu tan miserable como aquella en la que se encontraba contempló a su patético caudillo hacer los mismos malabares dialécticos. Solo que en aquella ocasión, fue el propio chaval el que decapitó al jefecillo, asqueado de su cobardía y se plantó delante de Tulgorl, pútrido, Elegido de Nurgle.
El guerrero pareció prestar apenas atención al pequeño, aunque, quizás intrigado por el gesto, dispuso que uno de sus lugartenientes se enfrentara en combate singular con él. En cuanto el joven estuvo armado, se giró y se abrió paso a mandobles entre los bárbaros de su propio pueblo, los cuales se habían congregado para ver como lo masacraban. Mientras robaba un caballo y se alejaba al galope, podía escuchar las risotadas de Turgorl. Kromtar sabía que, con su huida, probablemente habría perdido el favor de Khorne, pero, a cambio, su astucia había atraído la mirada de Tzeentch, el Maestro del Engaño. Kromtar no se había planteado nunca el elegir unos de los aspectos del Caos, ya que bastante tenía con sobrevivir el día a día, pero sabía que si había algo peor que no tener el mecenazgo de ningún Dios del Caos, era tener la enemistad de uno por haberlo rechazado. Y ya había ganado puntos en contra con Khorne.
Así que, cuando en una extraña aparición de irisados y cambiantes colores, una voz taladrante le informó de que el Dios del Cambio lo había elegido, no dudó ni un momento en someterse a él. La Magia empezó a fluir por su cuerpo y sus percepciones se expandieron hasta el infinito, captando lo que era, es y será, lo que podría ser y lo que no es. No supo si habían pasado horas, dias o años, o si despertó antes de perder la consciencia, pues el tiempo había dejado de tener sentido para él durante su experiencia. No obstante, lo que quedaba de la mente de Kromtar sabía que, si no quería perder la cordura, no podía abandonarse a la Magia. De manera que, haciendo uso de hasta la última gota de su voluntad, consiguió focalizarse en el aquí y el ahora y regresar al Plano Mortal. Pero ya no era el mismo Kromtar que había huido de su pueblo.
La magia crepitaba en sus ojos y había transformado su cuerpo adolescente en una masa de músculos y hueso. Su mano izquierda se había transformado en una garra gigantesca y notaba como el resto de su ser se removía intentando buscar nuevas formas. Su espalda pugnaba por expulsar unas alas, un tercer ojo se retorcía en su frente intentando abrirse, cuernos de hueso pugnaban por romper su piel... La agonía de Kromtar rayaba el límite humano. Pero él ya había dejado atrás su humanidad. Frente a sí, se separaban dos caminos: dejarse llevar y caer en la locura del Caos más absoluto, convertido en un engendro, o imponer su voluntad y retener su conciencia. Con un grito desgarrador, la segunda opción prevaleció, y Kromtar conservó su forma humana. Y su nueva fuerza y su magia. Era la hora de la venganza.
Tulgorl continuaba establecido en el poblado. Sus putrefactas tropas disfrutaban del saqueo. Pero ahora no eran nada para el poder de Kromtar. Invocando sus energías mágicas, contempló como con un simple gesto de su mano, sus enemigos estallaban en una explosión de sangre y pus. El Campeón de Nurgle no tardó en acudir al desafío. El combate fue encarnizado. Tulgorl poseía también el favor de un Dios del Caos, y llevaba más tiempo disfrutrando de su poder. Sin embargo, Kromtar poseía su astucia innata y, creando una imagen ilusoria de del mismo, decapitó a su enemigo mientras este se deleitaba con su supuesto cadaver. Su antigua tribu comentó a salir de las cabañas donde se escondían o estaban presos y comenzaron a vitorearlo, pero Kromtar despreciaba su cobardía y rechazó sus halagos. Agarrando el cuerpo pútrido de Tulgorl, lo arrojó al único pozo del pueblo, entregando los dones de Nurgle a su pueblo, para que así encontraran la fuerza del Dios de la Descomposición o murieran de las espantosas enfermedades que portaba su difunto campeón.
A Papá Nurgle no le resultó desapercibido el gesto, y varias noches más tarde envió sus representantes a Kromtar. El Campeón de Tzeentch era consciente del peligro de rendir pleitesía a dos Dioses del Caos, pero su sed de poder era ya insaciable y aceptó los dones de Nurgle. Miles de enfermedades recorrieron su cuerpo y comenzaron a luchar con la magia del Cambio. Finalmente, o los Dioses llegaron a un acuerdo, o la voluntad de Kromtar fue tan fuerte, que consiguió equilibrar ambas fuerzas. Ahora, si una mano conservaba la capacidad de transformarse en lo que quisiera, la otra tenía el poder de transmitir la enfermedad y la muerte con un solo toque.
El poder combinado de los dones de dos Dioses del Caos convirtió a Kromtar en un campeón temible, y su leyenda se comenzó a extender entre las tribus de la zona. Jefes de diversos poblados combatían entre ellos simplemente para poder ofrecerle los despojos del derrotado y ganarse su favor. En breve, un enorme ejercito acompañaba a Kromtar. Adquirido el poder y la fuerza para mantenerlo, el Campeón comenzaba a aburrirse de su vida de exceso. Dedicaba su tiempo a perfeccionar sus dotes de magia, pero no se sentía satisfecho. Añoraba el combate personal, los gritos del enemigo y la sangrienta resolución del combate. Así que ese día, dspues de decapitar al jefe parlanchín, salió de su tienda-palacio en el centro del campamento, se deshizo de su armadura y se ató una espada larga y un hacha en su espalda, una daga a su cintura y con una espada bastarda en la mano se lanzó contra el guerreo más cercano.
Sus hombres respondieron con lentitud asombrados, pero sus gritos al ser descuartizados avisaron al resto del ejercito, los cuales, ya conscientes de la situación, se prepararon para combatir la locura de sangre que había invadido a su señor. Pero nada podía detener el avance del campeón del Caos. Sus instintos de combate, nuevamente despiertos, se regocijaban en su ataque berserker. Sus armas subían y bajaban, una y otra vez, segando adversarios como el granjero segaba la cosecha. Al final del día, el campamento se había convertido en una fosa gigantesca, donde cientos de guerreros yacían en trozos, mientras un solo luchador permanecía en pie. Kromtar comenzó a reir, recuperado y satisfecho. En ese momento, un trueno sin rayo sonó en la planicie y una gigantesca figura alada, de piel quizás rojiza o quizás bañada en sangre, y rostro brutal de afilados dientes y largos colmillos, rugió en desafío.
Kromtar se encaró al Devorador de Almas y con un grito de batalla, espada en una mano y hacha en otra, se arrojó al combate. Si hubiera quedado algún testigo que pudiera haber visto el combate, apenas podria haber relatado ningún lance del mismo, pues los combatientes se intercambiaban un golpe tras otro, levantando enormes bloques de terreno con la fuerza de cada uno de ellos. Finalmente, sesgadas sus alas y caido en tierra, Kromtar arrancó la cabeza del Demonio de un solo golpe de hacha. Satisfecho, la clavó en una lanza y esperó. Desde que atacó al primera tienda al comienzo del día, ningún hechizo había salido de su boca, ninguna enfermedad pululó a su alrededor...
Kromtar sabía, pues era su intención, que Khorne estaría satisfecho y acudiría a él, pues la aparición del Devorador confirmaba que el presente de cráneos había sido de su agrado. Si su ego y su voluntad hubieran sido más débiles, se habría preocupado de la reacción de sus otros dos dioses tutelares. Pero precisamente por su ego y su voluntad, Nurgle y Tzeentch consideraron interesante conservar a su campeón y no intervenir cuando Khorne entregó sus dones a Kromtar. Favorecido por tres Dioses, el elegido era ahora capaz de combinar la brutalidad marcial con la estrategia más fina y la resistencia más inhumana. La sed de poder de Kromtar no conocía ya freno, y en su soberbia se atrevió a exigir a Slaanesh que le entregara sus dones.
Claro, que si había algo que más atraiga al Dios de los Excesos es la soberbia. Y que cosa más divertida podría haber que construir un Campeón de los Cuatro Poderes. ¿Cuanto hacía de la última vez?. Eran tan dados al exceso con ese poder ilimitado... Kromtar ya se sentía un par con los Principes demonio, una digno lugarteniente de los Dioses. Nada podía pararlo pues él lo era todo. Los cuatro poderes dentro de sí. Los dones de todo el Caos encarnado... Pero el Caos es conflicto. El Caos se revuelve contra sí mismo. Y, aunque Kromtar en su ceguera de poder no era consciente, los cuatro poderes ya conspiraban entre ellos en su interior y antes o después, ese conflicto acabaría desgarrando su forma mortal y acabando con su existencia... y eso si tenía suerte...
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